martes, 13 de marzo de 2012

¿Dionisos contra Apolo?



Aun con cierto recelo ante la posible tentación de abundar demasiado en temas de raíz cubana (ya son dos entradas seguidas) comparto con ustedes una nota que escribí en el blog “Penúltimos días” (http://www.penultimosdias.com/2012/03/12/cual-es-la-importancia-de-virgilio-pinera-en-la-historia-de-la-poesia-cubana/) con relación a un texto de Ernesto Hernández Busto sobre la obra de Virgilio Piñera. Creo que el centenario, cumplido o por cumplir próximamente, de varios de los grandes autores de la generación de “Orígenes”, justifica suficientemente que muchos poetas, críticos y lectores de poesía estemos releyendo sus obras. Este blog, cuya vocación no es la de abordar temas propiamente cubanos, sino la de encomiar la imagen donde quiera que ésta haya prosperado, prospere o intente hacerlo, en estos días se detiene en La Habana porque siente la necesidad de sumarse, muy modestamente, al estudio útil y gozoso de lo que fue el más relevante momento literario de la isla y uno de los más relevantes del siglo XX en Hispanoamérica. Aquí les dejo este pequeño apunte, junto con la invitación a leer el texto de Ernesto y a participar en aquel y/o este blog con sus comentarios.

Ernesto, aun compartiendo gran parte de lo que dices, ¿por qué me siento inducido por tu texto a apreciar a Virgilio sobre las bases del menosprecio o el desprecio a Orígenes y especialmente a Vitier? En cualquier caso, ¿pudo Virgilio indagar, avanzar en su "protoantipoesía" sin su cuestionamiento a Orígenes? Sin ese contrario de enormes resonancias, ¿se hubiera Virgilio interesado en componer su fragmentaria pero contundente diatriba antiorigenista? 

Yo creo que la isla, con una imago poética tal vez desproporcionada teniendo en cuenta su edad y su tamaño, tuvo en esa generación (todos incluidos) un momento de concreción muy importante. Pero la concreción en poesía no pasa de ser la alineación de numerosas puertas que, sólo entreabiertas, jamás describirán una línea recta. La línea lezamiana: “el punto que vuela”, tenía un magnetismo enorme porque su vuelo, afinadísimo, perseguía la “definición mejor” de una poesía para la isla entroncada (y no “apófitamente” al modo de una exótica orquídea, sino raigalmente) en lo más esencial de la cultura universal. Mas el trazo serpenteante de ese punto en vuelo, por fuerza dejaría los lóbulos necesarios, higiénicos, para representaciones menos afinadas, tal vez más divertidas: Virgilio con un olifante en la orquesta de Stravinsky o Guillén con la tumbadora acompañando a Lorca… 

Virgilio fue un gran poeta. Captó perfectamente los excesos de un país que, según sus propias palabras: tan joven, no sabía definir; y tal vez por ello, debía inhibirse de máscaras apolíneas y aceptar el sino dionisíaco que lo reconciliaría consigo mismo en el teatro de la vida, del absurdo. Lezama y los demás origenistas creyeron estar en el umbral de aquella definición mejor: la lira de Apolo (re) afinada en la revelación cristiana, capaz de entonar su propia música con las notas de siempre pero regodeadas en lo atípico de una isla irreverente. 

Sí, hay fértil irreverencia tanto en Orígenes como en Virgilio, sólo que con diferentes intensidades, y, sobre todo, con un muy diferente nivel de afinación. Lo que no entiendo es la necesidad que parecemos tener de mantear a uno con la túnica ensangrentada del otro. Debería haber, creo yo, ocasión para todo lo que atesore una calidad inquietante. Virgilio la tiene y los demás origenistas también. Para que Virgilio sea un gran poeta ¿es necesario que no lo sea Vitier? Para que Virgilio haya dado con una vía en la poesía cubana ¿hace falta que no lo haya hecho Lezama? Hay sitio para todo. ¿O no?

   

No hay comentarios:

Publicar un comentario