domingo, 13 de mayo de 2012

¿Sencillez o exactitud? ¿Complejidad o ambición?





El próximo veintidós de mayo cerraremos el Club de Lectura de poesía 2011-2012 que dirijo y modero en la Biblioteca de Castilla y León (Valladolid). En esta edición, al igual que en la pasada, leímos y estudiamos poemarios de autores tan distintos como Juan José Cuadros, Almudena Guzmán, Francisco Javier Baruque, Alexis Díaz Pimienta, Blanca Varela, Antonio Piedra, Emily Dickinson, Valdimir Holan, Antonio Gamoneda y Juan Ramón Jiménez entre otros. El Club no sólo tiene la ingenua intención de un leve acercamiento a la poesía, sino que tiene también (por qué negarlo) otra intención mucho menos cándida y más avara, esa que aspira al fértil hundimiento en la imagen poética, al estudio de sus potencias y concreciones hasta el punto en que asome cierta capacidad de lectura “útil”, crítica, con garantías para el justiprecio. Con tales miras, y siempre dentro de las limitaciones que nos imponen el tiempo y el diferente nivel de lectura poética que tienen sus miembros, hemos repasado (sólo hay que ver los nombres de los autores citados para darse cuenta) diferentes formas de entender y escribir poesía.

Finalizada la presente edición, después de haber leído y estudiado a poetas tan distintos; de haber observado en la imagen poética tantas y diferentes sustancias, formas y calidades, dudo (siempre me pasa) si ejercí, desde mi posición de moderador-director, una influencia demasiado personal sobre los miembros del Club a la hora de ponderar lo leído. Creo que todos los que asistieron regularmente aprovecharon muy bien las sesiones (lo mismo sucedió en la edición pasada), y ahora no sólo necesitan leer más poesía, sino que son más capaces de leerla en plenitud. Sin embargo, la duda expuesta me inclina a escribir esta nota compensatoria, con la doble intención de atemperar el efecto de mis posibles vicios, y de compartir ciertas ideas con los amigos que me acompañan en este cuaderno digital.

Para hacerlo, se me ha ocurrido acudir a dos poetas coetáneos pero bien distintos, casi opuestos: Baldomero Fernández y Juan Ramón Jiménez. Como este espacio aconseja una extensión limitada, para compararlos sólo citaré un soneto de cada autor; pero aun a partir de tan escasa muestra, pretendo explicar y demostrar que son varios y muy diversos los caminos de la poesía para, tensando a la vez imaginación e inteligencia, atravesar la realidad y su alumbrada manifestación, groseras ambas, con la imagen que pueda fertilizarlas, habilitarlas para el consumo humano. Por más que varíen su asunto y su forma, la imagen poética de calidad, alejada de la flacidez y la palabrería con que nos importuna tanta poesía sobrante, alcanza siempre la verdad poética; esa verdad cuyo río va por cauces de mentiras (Tagore), trátense de rabiones o dársenas. A las preguntas: ¿sencillez o exactitud?, ¿complejidad o ambición?, propongo contestar: ambiciosa exactitud. Entonces, tanto la sencillez como la complejidad quedarían en medios al servicio de ese fin. Y ahí, en ese fin, por vías diferentes calzarían, por ejemplo, lo mismo un iluminado y pulcro Juan Ramón, que un oscuro e inquietante Heráclito:

¡Intelijencia, dame
el nombre exacto, y tuyo,
y suyo, y mío, de las cosas!  
                        Juan Ramón


Una sola cosa, la única verdaderamente sabia,
quiere y no quiere que se le denomine Zeus.
                                                          Heráclito

Los dos, Juan Ramón y Heráclito, escriben con ambiciosa exactitud. Sólo que el primero se mueve en los parámetros de la física de Newton, y el segundo (ay, cómo vuelve sobre sí el relato en los rápidos de la historia) se mueve en los parámetros de la física de Einstein, más aún, de la física cuántica. ¿Son menos exactas, por más complejas y codiciosas, las formulaciones de Einstein que las de Newton?... Aunque en este caso indagan en distintas regiones, tanto Juan Ramón como Heráclito, con similares ansias de precisión, tensan la imagen cual galvanizada garrocha para saltar sobre la barra metafísica y caer a salvo en la verdad poética. El uno es poeta y pensador (¿existe otro tipo de Poeta?), el otro es pensador y poeta, que fue más o menos lo mismo hasta la Grecia clásica.

Pero vayamos a los ejemplos con que quiero acercarme a poéticas todavía más dispares que las de Juan Ramón y Heráclito. Coloquemos en paralelo al propio Juan Ramón y a Baldomero Fernández.

Hace ya mucho tiempo, mi amigo Julio Guillén me envió un poema muy especial del poeta argentino: “Soneto de tus vísceras”. Entonces yo escribía un libro muy alejado en tema y tono de la poética de este autor. Ah, su poema me detuvo, me conmovió hasta el punto de estar una jornada sin escribir. Baldomero Fernández es un importante miembro de aquella corriente de principios del XX que se llamó Sencillismo, y que se oponía frontalmente a los temas y las formas modernistas. El grueso de su obra se ajusta a tal vocación, que a la sazón prosperaba, lenta pero decididamente, al calor de las vanguardias en América Latina. (Recordemos el célebre verso del mexicano Enrique González Martínez: Tuércele el cuello al cisne de engañoso plumaje, incluido en un poema con el mismo nombre). Pues bien, el poema en cuestión (el de Baldomero) es, en mi opinión, una muestra clarísima de cómo la imagen poética puede entrar incluso en parcelas que rayan lo escatológico, y, con formas muy simples, alcanzar la cara verdad poética. Ved:    


Soneto de tus vísceras

Harto ya de alabar tu piel dorada,
tus externas y muchas perfecciones,
canto al jardín azul de tus pulmones
y a tu tráquea elegante y anillada.

Canto a tu masa intestinal rosada,
al bazo, al páncreas, a los epiplones,
al doble filtro gris de tus riñones
y a tu matriz profunda y renovada.

Canto al tuétano dulce de tus huesos,
a la linfa que embebe tus tejidos,
al acre olor orgánico que exhalas.

Quiero gastar tus vísceras a besos,
vivir dentro de ti con mis sentidos...
Yo
soy un sapo negro con dos alas.


Mientras Baldomero Fernández escribía este soneto, Juan Ramón Jiménez escribía este otro donde, todavía de camino a su ansiada “totalidad”, se nos presenta hasta cierto punto heracliteano:


Nada

A tu abandono opongo la elevada
torre de mi divino pensamiento;
subido a ella, el corazón sangriento
verá la mar, por él empurpurada.

Fabricaré en mi sombra la alborada,
mi lira guardaré del vano viento,
buscaré en mis entrañas el sustento…
Mas ¡ay!, ¿y si esta paz no fuera nada?

¡Nada, sí, nada, nada!... ––O que cayera
mi corazón al agua, y de este modo
fuese el mundo un castillo hueco y frío…––

Que tú eres tú, la humana primavera,
la tierra, el aire, el agua, el fuego, ¡todo!,
… ¡y soy yo sólo el pensamiento mío!


Cuando Baldomero trascendía el modernismo con su cruda poética de raíz española (¿quién no intuye sobre ella el manto de Quevedo, incluso, aunque más oblicuo, el de Gracián?), Juan Ramón lo hacía con una poética excelsa en todos los sentidos, decantadísima, que a caballo entre sus fases sensitiva e intelectual, bebía en el simbolismo, el impresionismo y el orfismo franceses de una manera muy personal; que bastante poco tenía que ver ya con la poética de Darío, aunque compartiera con ésta sus relevantes fuentes.

Insisto, eran Baldomero y Juan Ramón poetas coetáneos. Estos sonetos están escritos más o menos en la misma época. Ambos poetas están en vías de trascender formal y temáticamente al entonces influyente modernismo, y, sin embargo, ¿pueden ser más diferentes sus poemas, sus poéticas?; ¿no tienen ambos, ambas, alta calidad? No pretendo comparar a estos dos poetas en general. (Confieso que para mí Juan Ramón es difícilmente comparable, puede que sea el más redondo poeta en castellano del siglo XX). Valga este ejemplo un tanto extremo en su disparidad, sólo para apuntalar lo que decía al comienzo: que la poesía, si es buena, tiene muchas y muy distintas vías para alcanzar la verdad poética. La verdad poética, sí, que no hay que confundir con la sentencia poética. La verdad poética que casi siempre ocurre al margen de la lógica formal y de la estricta causalidad.

Entonces, para los miembros del Club de Poesía, los de esta edición y los de la pasada, y claro, también para todos los amantes de la poesía que se acerquen a este espacio, hago un ejercicio incluyente que me descarga y digo: todo, si con ambiciosa exactitud… Sustancia poética en tensión, sean los que sean los asuntos y las formas que, como es lógico, deben ir de la mano. La sencillez o la complejidad son sólo medios. O sea, sin un fin nuclear, sin yema, mera clara de huevo clueco en ambos casos.

Por eso, de lo único que no me arrepiento por ahora, es de ser inmisericorde con esa poesía banal que recurre a formas (fórmulas) supuestamente elegantes, divorciadas de sus flojos asuntos para enmascarar su solemne vacuidad; o con esa otra que, huyendo de una palabrería de “alta cuna”, cae en la vulgaridad, en el estéril “colegueo”, para dar con su propia palabrería, si me permiten, aún más dañina que la contestada. Sepamos señalar (y hagámoslo sin complejos) la palabra flácida y vacía, el nominalismo vago, el prosaísmo sin causa, el verso espurio… la poesía encharcada o embadurnada… y trabajemos por su higiénica cesantía; porque recuerden, al decir de Ovidio: “El pájaro no puede volar con las alas viscosas”.

5 comentarios:

  1. Jorge, hermano mío:

    Te agradezco el descubrimiento de Baldomero Fernández. El soneto a las vísceras de su amor me recuerda algunos de Carilda Oliver que alcanzaba bellas imágenes poéticas hablando de las espantosas enfermedades de su primer esposo:

    Ya no tienes la fístula terrible,
    ya no tienes soriasis ni enfisema
    ni neurosis ni polio ni agonía.

    Ya eres lejos, memoria, no, imposible.
    estás sano en la gloria del poema.
    Hugo Ania Mercier: yo te quería.

    Total, que me “condenas” a buscar ahora la obra de este señor que me ha interesado por tu selección y por las referencias que tú mismo das.
    Yendo a Juan Ramón… Luego de disfrutar mucho tus acertados puntos de vista, que no se alejan de algo que hemos hablado mucho en la Fundación los últimos días, a propósito de tener recientemente su Epistolario –primorosamente editado, por cierto- y en las clases de los profesores Javier Blasco Pascual y Teresa Gómez Trueba, sobre la importancia tan alta que daba JRJ al logro de una imagen poética impecable y, algo que se puede advertir en la enorme cantidad de textos previos a sus textos definitivos, las vueltas que daba para fijar una expresión con tal de que la imagen asomara con toda su extraordinaria belleza y definición. Esta exactitud tan ambiciosa la consigue el poeta, lógicamente, cuando en el poema lo complejo se deja ver desde la sencillez, pero desde la sencillez exacta. Esto quiere decir que volvemos al mismo sitio porque las nociones que evocas, son todas ellas, las premisas de la buena poesía. Anoche, conversando en tu jardín, refiriéndote a los hacedores de mala poesía los nombrabas incontinentes. Yo recordé en ese momento un poema de JRJ que, por supuesto no tenía a mano. Pero como hoy te bajaste tan lúcido con él, lo comparto contigo porque es uno de los que más me gustan y, desde una experiencia vital, roza, con estremecimiento, esto que hablamos. Nota como la nada asoma aquí también.
    Un abrazo fuerte.

    EL RECUERDO
    II
    1
    ¡No te vayas, recuerdo, no te vayas!
    ¡Rostro, no te deshagas, así,
    como en la muerte!
    ¡Seguid mirándome, ojos grandes, fijos,
    como un momento me mirasteis!
    ¡Labios, sonreídme,
    como me sonreísteis un momento!

    2
    ¡Ay, frente mía, apriétate;
    no dejes que se esparza
    su forma fuera de su continente!
    ¡Oprime su sonrisa y su mirar,
    hasta dejarlas hechas vida mía interna!

    3
    ¡Aunque me olvide de mí mismo;
    aunque tome mi rostro, de sentirlo tanto,
    la forma de su rostro:
    aunque yo sea ella,
    aunque se pierda en ella mi estructura!—

    y 4
    ¡Oh recuerdo, sé yo!
    ¡Tú —ella— sé recuerdo todo y solo, para siempre;
    recuerdo que me mire y me sonría
    en la nada:
    recuerdo, vida con mi vida,
    hecho eterno borrándome,
    borrándome!

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  2. Mi querido Luis, te agradezco mucho tu comentario hábil y eficazmente “aderezado” con esos versos de Carilda y Juan Ramón. Qué buen verso ese: “estás sano en la gloria del poema”. Y qué gusto da poder compartir las cosas que se quieren, se dudan y se creen con alguien como tú. Hablar contigo es siempre un fértil placer… Sí, tienes razón, los mejores suelen reducir a marcos sencillos y precisos los temas más complejos, pero la ambiciosa exactitud que yo enunciaba, no siempre es compatible con la sencillez, no siempre cabe en ella. Con toda intención cité a Heráclito, porque este pensador-poeta no puede someter su complejo pensamiento al cauce de la sencillez. La ambiciosa exactitud puede necesitar resolverse en formas complejas. (Apunto aquí la diferencia entre complejo y complicado. Dice Lezama: “Está el complejo en sobreaviso para las órdenes del ángel; se adormece el complicado entregándose a las insinuaciones de la serpiente”) Es exacto Newton, pero también lo son Einstein y Dirac aunque las conclusiones de éstos sean mucho más complejas (que no complicadas) que las de aquél. Entonces la complejidad de Einstein y Dirac es ambiciosamente exacta. Me sitúo en la física porque creo que a partir de ella se puede entender mejor lo que digo: la sencillez y la complejidad pueden ser igual de válidas si están llenas de necesidad. Trayendo el asunto a la poesía, pregunto: ¿está llena de necesidad la complejidad en Góngora?, ¿lo está en Lezama? Uf, qué lío… Bueno, yo creo que la complejidad en Góngora no siempre es estrictamente necesaria y sí lo es en Lezama. Y creo entonces que Lezama es más exacto que Góngora aunque pueda ser igual de complejo… o más. (Sé que me comprendes y que sabrás perdonar mi odiosa comparación). Con esos presupuestos valoro a Mallarmé y a Valery, a Jorge Guillén y a Lezama, aunque puedan ser, sobre todo los dos últimos, tan diferentes. Con estos presupuestos digo que la poesía puede llegar a la verdad poética por muy diversos caminos, porque dentro de la ambiciosa exactitud caben los “sencillos” y los “complejos” si están sometidos por igual a la necesidad. Claro, aquí se abre un universo (¿abismado?) ante nosotros, porque esa necesidad puede tocar sustancia ¿pero también forma? Quiero decir (preguntar) el tempo, el ritmo, la sonoridad, el tono, el color, en fin, la forma, ¿es también argumento de la necesidad? Uf, qué otro lío… Hablamos… Insisto, es siempre un gran placer tratar estas cosas contigo. Muchas gracias, hermano. Te abrazo.

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  3. Jorge, qué gustazo leer esta reflexión tuya y los aportes en los comentarios. Por cierto, olfateo en ellos una referencia a tu patio con olor a “tertulia sin mí” que casi reviento de envidia.
    No puedo evitar apuntarme a las reflexiones, sin mucho sumergirme, pero con “sobrao” entusiasmo.
    Lo primero que echo de menos es una reivindicación de la “Ambiciosa Sencillez”, también tan compleja y que tan “malagradecida” resulta cuando bien se consigue. Y es que yo ambiciono un universo de “Machados” y “Pessoas”, tan exactos que no consigo dilucidar si son complejos o sencillos, pero inclinándome más por esto último en tanto me sirvo de sus ojos para ver el mundo, yo que tan sencillo miro.
    Pero tú te refieres a la complejidad y me llenas la cabeza de ruidos. Pienso que en física la complejidad se halla en “el objeto”, pero me intranquiliza la premisa de que la mayoría de los humanos somos observadores pasivos y poco enterados-interesados en ese tipo de observaciones. (Lo que me lleva a pensar que puede que Einstein no sea tan complejo como nos parece. Tal vez sea interesante el ejercicio de dudar de todo aquello que parece complejo sin mas.... en fin)
    Por otro lado, como tú mismo me haces ver al citar a Heráclito, el pensamiento y la observación complejas mejor saben en filósofos o filosofantes.
    Pero en poesía la complejidad es elección del poeta (“el sujeto”). En poesía la complejidad es liturgia, estilo, forma elegida por el poeta para el discurso poético... (hablo del poema como un todo, superada aquella inaudita distinción entre forma y contenido de los años del cole). En poesía la observación expuesta con sencillez desnuda lo observado; expuesta con complejidad denuncia al observador. En poesía la complejidad profana un tanto la belleza, que es su condición fundamental... Ojo: salvo que no lo notes. O sea, en poesía, complejidad sólo cuando no parezca...
    Me irritan aquellos que usan la complejidad como un recurso poético... ¡conozco tantos!

    Dos aclaraciones...
    Cuando digo “poesía” señalo también su acepción más amplia, la del hecho artístico, igual sea literario, musical, plástico (uf) o la danza...
    Cuando digo sencillez remito una vez más a Pessoa y Machado... ¡qué bien me caen esos tíos!
    En cualquier caso, Jorge, es mi percepción personal y siempre reconozco o aclaro que no he leído a muchísimos poetas, entre los que citas no a Heráclito, Valery, Mallarmé... así como a otros muchos, cuyos libros sí han pasado por mis manos y considero que tampoco he leído realmente, por mi incurable manía de considerar que la poesía es intraducible e inversionable... no es como una sinfonía, un retrato o un ballet, a ninguno de los cuales hay que “desmembrar” y volver a recomponer para que pueda ser entendido... acción que por supuesto no los convertiría en comprensibles, como la poesía traducida...

    Y por último, me encanta esta cuestión:
    “El ritmo, la sonoridad, el tono, en fin, la forma, ¿son también argumentos de la necesidad?”
    Pienso que, una vez existen, sí, lo son sin remedio. La diferencia entre la gran poesía y toda aquella que no lo es, pasa por que no hayan dudas acerca de la necesidad estricta de esas formas, ritmo, tono precisos en que las expone-describe-descubre el poeta... camino abierto y cerrado a un tiempo, irrecuperable para otro evento poético... mostrado de manera que no parezca existir otra manera mejor de exponer el “poema”... forjado de manera que no pudiera existir otra forja mejor.
    De ahí el reto enorme que en poesía suponen las estrofas cerradas como el soneto, la décima, etc. que obligan a una suerte de forma dentro de la forma que quien no resuelve con genio termina engordando las filas de versificadores que creen que la poesía está en la rima. Ritmo dentro del ritmo, tono en el tono y hasta sonoridad dentro de lo que ya suena... eso es también complejidad.
    Es como musicar la música, asunto sobre el que sé que también sabes.
    Me he extendido bastante, pero es porque he escrito sólo una cuarta parte de lo que quisiera!!!!
    Un abrazo enorme...

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  4. Rubén, querido amigo, qué buenas tus observaciones. Muchas gracias. Las otras tres cuartas partes puedes hacerlas cuando quieras porque serán igualmente bienvenidas. ¿Cómo no estar de acuerdo con el grueso de lo que dices? Expresas tus preferencias en poesía con “sobrao” entusiasmo, pero también con muy válidos criterios. Yo en esta entrada pretendía, sobre todo, tranquilizar a quienes me padecen en las sesiones sobre poesía que dirijo en la biblioteca, tranquilizarlos invitándolos a separar mis criterios de los suyos, porque en poesía son muchísimos los caminos para, con calidad, llegar a la verdad poética. Entonces ¿qué decirte? Pues que celebro que ames la poesía, que la cultives y que tengas tus gustos perfectamente conformados. Dicho esto, aprovecho tu comentario para abundar en algunas cosas que me importan, no tanto porque las sepa, sino porque llevo años averiguándolas y me siguen inquietando.
    Ante todo quiero asegurarte que para mí (como para ti, estoy seguro) la poesía es buena o mala, nos inquieta o no, nos conmueve o no, nos place o no. Lo demás es ocioso como no sea para buscarle la quinta pata al gato, algo que a veces no sabemos evitar (es mi caso) cuanto deberíamos… Bueno, hablo de ambiciosa exactitud y no de ambiciosa sencillez, justo porque creo que hay sustancia poética de gran interés que no se aviene a la sencillez. Hay regiones del pensamiento demasiado indómitas como para que se puedan reducir a formas sencillas. Sólo los grandes genios pueden atrapar, condensar alta complejidad en formas muy simples, de modo que, como bien dices, están abarcando un universo de cosas sin que lo parezca; pero es que hay sustancia poética que escapa, incluso, al afán reductor de esos genios, y necesita de otros genios que, en lugar de apretar para contraer, soplen para esponjar. Claro, esto último cuando se hace bien, aclara, cuando se hace mal, confunde. Y aquí está la diferencia entre complejidad y complicación a que yo hacía referencia en un comentario anterior. Lo complejo, si necesario, airea; lo complicado siempre poluciona. Continúa...

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  5. Muchos genios “sencillos” buscan exactitud con ambición, pero cerrando imagen hacia la sentencia poética; cribando, entresacando, haciendo brecha en el bosque para encontrar (crear) los claros más útiles y amables, donde la luz se haga protagonista absoluta. En estos claros luminosos tienden su alfombra para invitar al duende. Quedan con él, indagan la punta de sus dedos, el color de sus ojos y terminan nombrándolo con gran precisión, ajustándolo a una idea, a un signo, a un símbolo.
    Los genios “complejos” huyen de la sentencia poética, no criban porque sus afanes de exactitud están más en descubrir las potencias de la sustancia poética que en obligarla a un ejercicio de reductora concreción. Este tipo de poeta no hace brecha en el bosque, lo atraviesa guiado por efímeros rayos de luz, pero dando fe de toda su complejidad vital, incluso de la parte de ella que se esconde bajo el lecho de las hojas caídas, en la más rotunda oscuridad. Es sensible incluso ante la hormiga y deja espacios sin violentar para que el duende siga hallando sus fértiles escondites. No queda con él en ningún sitio, no lo ve, pero sabe que tiene fiebre porque siente su febril irradiación a cada paso que da, y esta sensación ocurre en su consciencia y en su inconsciencia.
    Entonces ¿quién conoce mejor a este duende, el que lo ve, lo toca y lo nombra en el claro que creó para ello; o el que lo presiente y lo siente donde quiera que esté sin tener que verlo ni tocarlo? Y ¿quién lo nombra con más exactitud, el que le llama, por ejemplo: “ser de dedos y ojos amigables que se dio a mi nombre bajo la luz”, o el que apenas lo define como: “numen febril que habita lo innombrable del bosque”. Pues yo creo que ambos poetas son exactos aunque se acerquen al concepto “duende” de maneras muy distintas. Nos gustará más el que se haya acercado más al duende que necesitamos, a nuestro propio y necesario duende.
    Por eso todo esto de poesía “sencilla” o “compleja” es una solemne tontería si no se acota a estudios muy específicos con vistas a muy específicos resultados. Lo que vengo a decir es una perogrullada, esto es que la poesía debe ser buena, que dentro de esa ambiciosa exactitud caben vocaciones “sencillas” y “complejas” si están impulsadas por la necesidad. Quien ha visto y tocado al duende (o ha creído hacerlo) tiene necesidad de apropiárselo con un nombre redondo y definitivo que nos regalará encantado. Quien sólo lo ha sentido, acaso presentido, necesita expresar lo múltiple y complejo de esa sensación, no acepta ajustarla a un nombre escueto porque se traicionaría a sí mismo y engañaría a los demás. Ambos son muy útiles si convierten sus esfuerzos en verdad poética.
    No sé si mi símil aclara o confunde más las cosas. Ya me dirás…
    Bueno, puede que la forma genere por vías propias su necesidad. No lo sé. Pero esto complicaría mucho las cosas, porque si la forma “sustancia” en sí misma, lo de la “sencillez” y la “complejidad” se espira al infinito. Prefiero, de verdad, no entrar ahora en esto porque te (me) podría aburrir.
    Con relación al verso medido, a la estrofa “cerrada”, coincido contigo en todo lo que dices. Pocas veces los he utilizado porque siento la necesidad de buscar músicas sin pies forzados, que se arrumben con la sustancia poética sin más tensión que la de la propia imagen, pero cuando lo he hecho he comprobado que, si no dejas las bridas a la elemental musicalidad que tienes garantizada con la métrica y la rima, tienes que ser muy bueno para salir airoso, o sea, para, como bien dices: "musicar la música”, y digo yo: con buena letra… Finalmente, hermano, decirte que también aprecio mucho a Machado y a Pessoa. ¿Ves?, dos poetas muy diferentes… y muy buenos. Te abrazo. Jorge.

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