domingo, 17 de junio de 2012

Utópica trinidad y secreto leviatán.




En los días que corren, gana enteros para mí aquella frase de Lezama: “La imagen es la causa secreta de la historia”. ¿Y qué imagen nos está historiando secretamente en Occidente, ahora que muchos de los rumbos conocidos se tornan extraños, peligrosos, inviables? Tal vez sea ocioso tratar de desvelar el disimulo con que opera la imagen transformadora. Muchas ideas se agolpan con tal fin: que si murió Dios, que si murió la historia, que si Dios castiga a sus asesinos y enterradores, que si la historia sonríe socarronamente ante los notarios de su defunción haciendo valer su causal determinismo, que si vamos ya camino de trascendernos como especie, que si debemos regresar a la inmanencia en un mundo donde todo sea sujeto… En fin, seguramente necesitemos que el tiempo ceda en su rampante y urgente discurrir para que, superado el trecho enloquecido, podamos desentrañar con ciertas garantías lo que está pasando. Pero es muy difícil permanecer impasible en un recodo atemporal, buscando que el instante artificiosamente dilatado nos dé las claves sin correr el riesgo de la equivocación. Incluso en este blog, donde con toda intención evito chapotear en lo que, sucio sólo de voraz actualidad, nos coloca orejeras para que nos centremos en lo contingente, siento la necesidad de errar, aunque sólo sea por el reconfortante placer de reconocerme “humano, demasiado humano”.   

Hace unos días leí en la prensa que en la pasada Feria del Libro de Madrid se vendió como churros el Manifiesto Comunista. No me pareció raro. Tampoco me preocupó especialmente. Si unos cuantos no-lectores o lectores de insulsos best-seller se asustan hasta el punto de buscar cobijo en el regazo de Marx, querrá decir, cuando menos, que algo se mueve. Claro, yo les aconsejaría que acompañaran esa lectura con otros textos de importancia y utilidad (en mi opinión) muy mayores, porque leer tal Manifiesto desprovisto de otras letras, es como ver cine mudo con gafas oscuras y confiárselo todo a las reacciones apasionadas y con-sentidas del resto de espectadores: reír cuando otros ríen, chillar cuando otros chillan, aplaudir cuando otros aplauden…

Yo, que tengo bastante leídos a Marx y Engels, no he releído, lo confieso, su célebre Manifiesto. Es más, sería lo último que releyera en estos tiempos donde ya su escueto y encendido discurso resulta ridículo si no arqueológico, tanto por lo obvio de su diagnóstico, como por lo pueril del tratamiento dictado. Hay en la historia del pensamiento universal otros momentos de utópico impulso que ahora me interesan más. Hay entre Platón y Marx varios intentos de diseñar, crear o re-crear “sociedades razonadas y perfectas” que ahora merecen, creo yo, nuestra especial atención. ¿Por qué? Pues porque sus obras explican muy bien, a través de la imagen, el camino que nos ha traído hasta aquí a caballo de un humanismo dinamitero que lleva ya varios siglos afanándose contra el propio hombre.

Quiero invitar a los lectores de mi blog, amigos, conocidos, curiosos y afines en general, con todo el cariño, la modestia y la complicidad de que soy capaz, a leer o releer ahora tres libros:
“Utopía” de Tomás Moro
“La nueva Atlántida” de Francis Bacon y
“Una república poética” de Robert Burton. Este último extraído del prólogo de una obra mucho mayor que es “Anatomía de la Melancolía” del propio autor.

Los invito a ello porque se trata de tres autores ingleses, que buscando la sociedad ideal, y desde presupuestos utópicos, nos explican bien cómo pasa Inglaterra de ser uno de los países más atrasados y pobres de Europa a resultar la principal impulsora de la EPISTEME actual, que en mi opinión está situada en el par tecnología-crecimiento económico. En este caso les recomiendo una lectura diacrónica, ordenada: comenzando por Moro, humanista renacentista por excelencia, y terminando por Burton, puramente barroco y preindustrial. Y como creo que no los convenceré si no abundo un poco sobre el tema, autolimitándome dado el medio en que escribo, les explico someramente lo que supongo que, como yo, podrán sacar de tales lecturas o relecturas en un momento como éste.

En “Utopía" de Moro, ve Pedro Rodríguez Santidrián, quien introduce la edición que tengo, “un eslabón entre el comunismo aristocrático de Platón y el socialismo científico marxiano”. Claro que estoy de acuerdo, pero me gustaría apuntar además cómo el humanista inglés (que propone entonces una sociedad sin clases donde no exista la propiedad privada, eminentemente agrícola, con una economía perfectamente planificada, basada en un riguroso humanismo cristiano, donde se viva según las leyes de la naturaleza y se trabaje seis horas al día dedicando el resto del tiempo al cultivo del espíritu; donde son normales, entre otras cosas, la eutanasia y el divorcio) está todavía muy lejos de acudir al mercado o a la plenipotenciaria ciencia experimental para solucionar las enormes lacras sociales que padece la Inglaterra que le tocó vivir. Moro vive en un país católico (siglo XVI) donde la burguesía todavía no se ha apoyado en el giro protestante gestado en las ingles de Ana Bolena para elevar su “catequesis mercantil” a sumo credo.

Muy diferente ya es la obra de Bacon (alcanza el siglo XVII) quien es considerado por muchos el padre del empirismo, el pragmatismo y el positivismo. En su isla Bensalem, ya la felicidad estaba garantizada por el cultivo de la ciencia experimental y de las artes aplicadas. Bacon no se ocupa especialmente de la organización de la economía y de la sociedad, pues esto lo considera secundario y lo deja en manos de una institución minoritaria y selecta. Bacon, preocupado sobre todo por la ciencia y sus posibilidades redentoras, orienta su interés hacia la conquista de la naturaleza por el hombre. Ya se está conformando entonces la IDEA que, aparecida en escena en el siglo XIII, hoy parece “guiarnos” definitivamente hacia la vida interplanetaria y la inteligencia artificial. (Francis Bacon es un continuador de la obra de otro Bacon, Roger, también inglés, que ya propuso el método experimental para conocer el mundo en el siglo XIII, cuando empieza a ser cuestionada por los primeros humanistas la EPISTEME medieval aristocrática con base en la religión).  

Finalmente Burton (prácticamente siglo XVII) es ya un humanista barroco. Tremendamente erudito y preocupado por las causas de la depresión individual y social que aprecia en su Inglaterra natal (es también médico), “sueña” una isla que él sabe imposible, en la que se resuelvan los problemas sociales que de manera muy pormenorizada recoge en su obra. Burton, en su lista de desgracias inglesas incluye alguna tan llamativa como ésta: “Enviamos nuestros mejores productos allende los mares, de los que otros hacen buen uso para sus necesidades, trabajan con ellos y los mejoran drásticamente, y nos los devuelven a precios muy caros…” Qué bien aprendieron a corregir esto. Pero vean esta otra: “En la mayoría de nuestras ciudades, a excepción de unas pocas, vivimos como haraganes españoles, entre tabernas y cervecerías…” O ésta: “Los trabajos manuales, que son más minuciosos y engorrosos los llevan a cabo los extranjeros…” En fin, que no tiene desperdicio. En su ensoñada isla las ciudades estarán construidas junto a ríos, lagos navegables, puertos o ensenadas (es un confeso admirador de los Países Bajos, entonces boyantes bajo el influjo de la Compañía de las Indias Occidentales); tendrán calles limpias, anchas y uniformes. En su isla no habrá un acre de tierra calmo, ni siquiera en las montañas. Claro, según dice después de criticar la la "República" de Platón y la “Utopía” de Moro: “Su forma de gobierno será la monarquía”. Tampoco hay sitio aquí para los económicamente fracasados, pues éstos son azotados en el anfiteatro, encarcelados y hasta colgados. Sin embargo, se consentirá la usura. Lo dicho: una obra a leer. Aquí ya opera el culto al tesón y al esfuerzo en todos los órdenes, y muy especialmente en lo referente al trabajo, bajo una religión que se deshizo del benévolo Purgatorio; pero también opera, aunque algo más oblicuamente, el culto al mercado.  

Más allá de su vocación utópica, hay varias cosas comunes a las obras citadas que llaman la atención. Por ejemplo, el uso de la ficción en los casos de Moro y Bacon (el primero emplea el diálogo, el segundo la novela) o sea, el uso de la imagen literaria como vía eficaz para explicar sus islas razonadas y perfectas. Es curioso también que todos necesiten la isla (ingleses al fin) como entidad geográfica "autónoma" para mejor evitar posibles "contaminaciones". Asimismo cabe destacar que tanto Moro como Burton son durísimos con los abogados (agentes de la judicialización extrema de la sociedad, ¿les suena?) y en algún sentido menosprecian a los médicos. También en el siglo XII, un sabio zaragozano: Avempace, en una obra bastante utópica, pero de muy distinto tono (“El régimen del solitario”) decía:

La ciudad perfecta se caracteriza porque en ella está ausente el arte de la medicina y de la jurisprudencia, y eso porque el amor une mutuamente a sus habitantes, los cuales no discuten entre sí en absoluto… Es la razón por la que sus habitantes no se nutren de alimentos nocivos (habla ahora de la medicina), ni precisan conocer los medicamentos para curar el ahogo que produce la ingestión de setas venenosas o cosas parecidas a éstas, ni necesitan saber cómo se cura el abuso del vino, puesto que allí no hay nada desordenado. De este modo, si abandonan el ejercicio, (se entiende que físico y/o ascético) se producen, en consecuencia, multitud de enfermedades que, evidentemente, no son propias de la ciudad perfecta…

Ya ven, la utopía ha sido una constante en el pensamiento humano. Pero los utópicos ingleses aquí recomendados son especialmente importantes para entender de forma amena y eficaz, sin tener que “desbrozar” extensos volúmenes filosóficos, las causas profundas de lo que está sucediendo ahora en nuestras sociedades. Siempre verá con más claridad el águila que el topo, y como decía Aristóteles: "Todo se refiere a algo que es primero". Pongamos la luz larga a ver si atinamos mejor el camino en medio de la maleza que parece negárnoslo.                   

En fin, ya me extendí demasiado. Acabo: Fernando R. de la Flor, que prologa la obra de Burton en la edición que tengo, con gran acierto relaciona el frontispicio de “Leviatán”, de Hobbes, con la isla ensoñada de nuestro autor utópico. ¿Será ésta la imagen que secretamente nos esta historiando hace ya tres largos siglos? La añado a continuación. Ustedes dirán… Insisto, si pueden lean o relean esos tres libros. Se la pasarán muy bien porque están magníficamente escritos y tienen la pertinaz y útil actualidad de las obras de siempre.

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