domingo, 20 de enero de 2013

Un pliegue para buscarme




  A Carmen Morán, Eugenio Maqueda,
  Judith Dato y demás “adarvianos.”
                                                     

 Cuando me apetece divertirme con un necio,
 pienso en mí mismo, y ahí lo tengo.                          
                                              Séneca

Bueno, después de treinta publicaciones en el blog que indagan en la imagen por distintas vías, no sin cierto rubor abro un paréntesis para permitir que se hable en esta ocasión sobre mi poesía. Cuando estructuré este espacio, digo bien: cuando lo hizo Marisela, mi mujer, ya “colgué” (“colgó”) algunas de las críticas hechas a mis libros por José Ramón González y Antonio Piedra en el apartado de libros publicados. Con motivo de sus respectivas publicaciones, José Ramón escribió sobre “Radiografía de la inocencia”, y Antonio lo hizo sobre “Penúltima espira”; en ambos casos con la pericia y el rigor a que estos autores nos tienen acostumbrados. Pero ahora comparto con ustedes un artículo más amplio que, sobre mi obra en general, ha escrito Carmen Morán, filóloga y profesora del Departamento de Literatura Española de la Universidad de Valladolid, para la revista “Adarve”. No tengo nada que decir aquí y ahora sobre mi obra poética. Los que lean el artículo de Carmen, cuyo “enlace” pongo al pie de este párrafo, comprenderán que calle y deje que sea ella quien lo haga. Estén más o menos de acuerdo con sus puntos de vista (yo, por cierto, los suscribo y agradezco todos) comprobarán que es una mujer especialmente dotada para la crítica, muy capaz de entrar en la imagen poética con un aparato analítico en perfecta puesta a punto. Insisto, confío a Carmen lo que no podría hacer como ella. Sin embargo, quiero aprovechar que esta vez se habla de mi obra, para exponer al margen, de manera secundaria, sucinta y directa (indirectamente, como es lógico, lo hago siempre) algunas pinceladas sobre lo que pienso hoy, ya no con relación a la imagen en general, sino a la poesía, el poema y el poeta en particular. ¿Servirá para algo? No lo sé, pero intuyo que puede ser un momento oportuno para hacerlo. Tengo que ser muy escueto en este formato, pero me atrevo. Les propongo leer ahora el artículo de Carmen, (página 101) y luego, si pueden, volver sobre mis apuntes.



¡Oh humano corazón, ¿por qué te vuelcas
 en bienes que no admiten compañía?
                                                 Dante

Solo. El poeta trabaja rotundamente solo. En el horizonte un poema, una oportunidad para creer que la nada puede ser inseminada con la esperma de la verdad, que la oscuridad puede ser seriamente herida con la luz. Horizonte y soledad. Sombra, deseo, voluntad, inocencia… El poeta está solo. El poema que avista y pretende está abierto, han trabajado en él muchos poetas que, igualmente solos, fueron tan incapaces de evitarlo como de cerrarlo. Ya parece algo. ¿Merece la pena continuarlo…? El poeta “se condena” a sí mismo, quiere añadir una imagen a esa enorme obra; una estrofa, un verso, un hemistiquio, una palabra, un nombre… Memoriosos sema y fonema. Tentador andamio. El poeta cae en la trampa. Escalará su Babel rodeado de sombras. Para colocar una imagen en ese poema universal, atemporal y único, tendrá que trepar solo la tremenda torre. Pero qué difícil: toda la vida escalando. En el suelo, un campamento-base donde se advierten los peligros que conlleva la peregrina aventura: soledades, frustraciones, casi siempre aparente fracaso. En ese campamento se montan numerosas y pragmáticas escuelas para los que son apercibidos y reconducidos a tiempo. Quienes no pretendan sumar algo al Gran Poema inconcluso, tendrán compañía en una fiesta diaria. Obtendrán diplomas y cerrarán obras. Cantarán arropados y serán prontamente aplaudidos. Y entonces ¿para qué intentarlo con el Poema-Uno? ¿Qué sumar a lo que nunca se acaba y vuelve sobre sí con titánico afán? Bueno, al tiempo lineal, asimétrico y voraz, hay que ponerle sucesivas trampas. Hay que hacerlo pasar por ciertas angosturas, tenderle ciertas emboscadas, obligarlo a trazar convenientes bucles para posibles y cíclicos neumas. Gracias a su peso, el Gran Poema es el único que no puede ser barrido por la crónica carrera; es el único que grava la MEMORIA DEL HOMBRE. Sí, para barrer el Gran Poema habría que barrer la MEMORIA DEL HOMBRE, esto es barrer al hombre. Ojo, no a los poetas, al hombre. Pero si, como dice Heidegger, “el hombre es el pastor del ser”, para acabar con el Gran Poema habría que hacerlo con el ser mismo. Esa cardinal e inconclusa obra es la fabulada y sempiterna columna que parece sostener el frontis de la humana tienda de campaña.


Una idea carece de interés únicamente cuando, además de ser una falsedad, es una mentira, o dicho de otro modo, cuando es subjetivamente falsa.
    Ortega y Gasset

El poeta que trabaja para el Gran Poema es un fabulador, pero no un mentiroso. Quiere asentar su verdad poética donde ésta puede serlo más, donde mejor ayuda a sostener la carpa. Como todos los poetas es un farsante, pero, insisto, no un mentiroso. Su verdad poética jamás carece de interés, porque aunque sea una objetiva falsedad (¿y qué no lo es?), jamás resulta una mentira, jamás es subjetivamente falsa. Es más, esa verdad poética es el único asidero para la razón, cuando avocada a la cripta que habita su contrario, no encuentra la llave entre su pacotilla. Sólo tal verdad opera en las múltiples cerraduras del miedo… La soledad en que trabaja este poeta, y su desprecio por los regalos que brillan y se ofrecen en el campamento-base, evitarán que se sienta tentado a mentir. Pocas veces llegará a la pretendida imagen, esa que pueda sumarse a la importante obra, pero aun en tal caso su gesta será un acicate para los que creen en la poesía, para los que buscan en ella el mismísimo a-de-ene del ser humano, de su pertinaz ardor. Si el poeta no miente, su verdad poética siempre tendrá interés. Podrá alcanzar o no la pretendida cima, pero no irá directamente al remolino de su evacuatorio.


                  La noche fue un día antes que el día
                                                    Tales de Mileto

Solo y en lo oscuro. El poeta amasa harina negra para un pan imposible, áureo, que únicamente se podrá comer con la venia de los dioses. El Gran Poema tiene la médula mate. Sólo en sus abalorios la luz refracta simulados hallazgos. Pero esos abalorios apenas son la demasía que la imagen excreta cuando se asienta en la inconclusa obra. Entonces un ejército de obreras luciérnagas trata de disimular que la imagen misma es en esencia noche; esa noche que aún se adelanta un día a todos los días posibles. El poeta araña la oscuridad, pretende heridas de luz, pero el poema, generoso, le devuelve suturas negras. Mientras tanto, en la festinada campa, quienes evitaron la peregrina escalada viven deslumbrados por sentencias hialinas. Desayunan pan blanco, fresco, y en un ara esquinada ofrecen a las risueñas hienas los nombres de los escaladores. Claro, el poeta que persigue el Gran Poema no les teme. Entiende que “la luz es sombra de la nada”. Termina diciendo: “Ah, oscuridad, mi luz” y adormece a sus dulces y obedientes lazarillos para dejar que su bestia preferida lo guíe en la espesura, porque bien sabe que "sólo el jabalí negro tiene los ojos de oro." 


martes, 15 de enero de 2013

Mentira de mono: pecado original


Un mono mentiroso… El positivismo más radical y activo, ese que subido a la ciencia (sonrío) y por raro que parezca, se afilia cada vez más a la ficción (ahora río) para fijar meta y rumbo, nos está dejando poco a poco sin dones únicamente humanos. No bastó con demostrar que hasta las iguanas se masturban, que las vacas se suicidan. Ahora nos “avergüenzan” demostrando que ni siquiera la mentira es patrimonio exclusivo de la humanidad. 

Acabo de ver un documental que habla de la inteligencia de los monos, expresada en su capacidad de usar herramientas, de manejar un lenguaje y comprender varios, de organizarse en complejas sociedades, de estresarse, acomplejarse, deprimirse, de sostener un severo duelo por la muerte de un congénere… pero ojo, también de mentir, de utilizar la simulación y el engaño como estrategias para vivir en sociedad. Sí, el mono miente. El citado documental nos muestra cómo los individuos menos dotados para ocupar posiciones relevantes en su clan, pueden desarrollar su imaginación hasta el engaño para compensar sus debilidades. Resulta que un mono puede aullar ¡serpiente!, sin que exista noticia alguna de ésta, con tal de que el resto de su grupo escape del lugar y lo deje disfrutar a solas de un manjar que no puede obtener o defender por otros medios. Y claro, ¿qué es la mentira, sino una consecuencia directa de la imaginación? 

Entonces ¿los monos imaginan? ¿Ni siquiera la imagen es propiedad exclusiva del hombre? Pero si los monos imaginan hasta ser capaces de mentir, ¿llegarán a fabular? ¿Es realmente ése el camino que recorrimos hasta la poesía? ¿Nos están explicando los actuales monos cómo evolucionamos de veraces animales a mentirosos hijos de Dios? Porque supongo que estaremos de acuerdo en que para simular la idea de serpiente sin rastro de ésta, hay que tener una capacidad nada despreciable para abstraerse de la realidad, para imaginarla. ¿Así, y por tales razones, comenzamos a mentir en origen? ¿Así llegamos a convertirnos en este portento de imaginación que somos? ¿Será cierto (creíble ya era) aquello que dijo Lezama: “La primera flauta se hizo de una rama robada.”, o aquello otro que dijo Jünger: “La razón desarrolla, la imaginación transforma”? ¿Habrá sido la imaginación la guinda que necesitaba la inteligencia para traernos hasta nosotros? ¿O habrá sido la inteligencia la guinda de la imaginación? ¿Qué pasó desde que aquellos monos africanos que fuimos comenzaron a mentir descaradamente hace millones de años, hasta que Ovidio escribió: “Un pez sorprende en lo alto de un olmo”, y se quedó tan ancho, más aún, nos convenció de que los peces podían coronar los olmos? 

No lo sé en detalles, pero como puedo imaginar tanto o más que los monos, les propongo una respuesta: Los monos empezaron mintiendo, simulando, y terminaron fabulando, creando. Los monos se hicieron poetas “víctimas” de su gran habilidad: la imaginación. Puede que el mono-poeta, una mañana cualquiera, mientras recogía frutos secos en la vieja llanura, haya visto unos peces nadando en la superficie de una charca, donde además, y en el mismo momento, se reflejaba un olmo; pero esta rara y casual concurrencia pudo sorprenderlo sólo una vez, la primera. Sin embargo, el pez que corona el olmo allí en su aérea copa, ese con agallas a prueba de cualquier oxígeno, lo sorprenderá siempre. Esos son el pez y el olmo imprescindibles, los que no se sostienen ni siquiera en fortuitos y sensibles reflejos, los que, ajenos a toda casualidad y causalidad, arriban al símbolo por la puerta de la imagen. Por esa puerta entró el mono a la poesía. Y tanto se adentró en ella, que llegó el momento en que pretendió trascenderla hasta desembarcar en la más cara de todas las mentiras: la verdad. ¿Cómo, si no, se hubiera podido detener al mono mentiroso-aprovechado ladrón? 

En tanto que todos los monos mentían, pero no todos lo hacían oportunamente, es decir en beneficio de la mayoría, los más fuertes, capaces y responsables tuvieron que reconducir la situación. Necesitaron convenir la verdad: la mentira conveniente. Decía Nietzsche: “¿Qué es entonces la verdad? Una hueste en movimiento de metáforas, metonimias, antropomorfismos, en resumidas cuentas, una suma de relaciones humanas que han sido realzadas, extrapoladas y adornadas poética y retóricamente, y que después de un prolongado uso, un pueblo considera firmes, canónicas y vinculantes. Las verdades son ilusiones de las que se ha olvidado que lo son; metáforas que se han vuelto gastadas y sin fuerza sensible, monedas que han perdido su troquelado y no son ahora ya consideradas como monedas, sino como metal.” 

Señores, el mono-poeta llegó a la cúspide de la imaginación: la mentira que conviene, o sea, la verdad, comenzando por aullar ¡serpiente!, sólo por comer en paz, cuando el peligroso ofidio no era más que una temida posibilidad, quién sabe si reducida ya a torpe idea. El mono-poeta creó la sobrenaturaleza imaginando la serpiente desde su hambre. Pero no se quedó ahí, porque cuando la serpiente fue real, entonces imaginó el hambre que ésta provocaría si mordía a los más dotados para encontrar comida. Y el hambre imaginada, esa que pudo pre-sentirse y temerse, terminó divinizando a la odiada serpiente. 

Ya ven, un animal que no estuvo en el escenario de la primera mentira, ahora baja emplumada por las matemáticas gradas de la pirámide de Kukulcán en Chichén Itzá, se aparea para que Tiresias obre sus metamorfosis y adquiera el don de la profecía, medra en el manzano paradisíaco para hacernos a todos pecadores en origen amén los esfuerzos de Pelagio. La ausencia de la serpiente en aquel riachuelo prehumano, debidamente mentida merced a la insipiente imaginación del embustero mono, se hizo al final constante presencia, fábula, símbolo de peligrosa trampa en todos los tiempos y espacios del hombre. Qué maravilla, ¿no?

Aquí les dejo el vídeo que recrea el “verdadero” pecado original. A ver quién viene a salvarnos de éste para alejarnos definitivamente de nosotros.
 



lunes, 7 de enero de 2013

Regreso y poema




Queridos lectores, amigos todos, ¿estáis todavía por ahí? Después de dos meses de pausa (aunque con una imprevista y breve incursión) regreso a este espacio, donde espero reencontrarme con vosotros. Por razones personales, no pude dedicar a la poesía todo el tiempo que pretendí en un inicio, pero sí el necesario para volver sobre un libro que me esperaba hace mucho, y que gira alrededor del deseo. Sobre ello indagué mientras estuve “ausente”. Como siempre, tengo dudas en cuanto a lo logrado, pero alcancé a trabajar en 25 poemas (unos nuevos y otros no) que por ahora no destruiría. Sí, un poemario en ciernes, o sea, un milagro más que, quién sabe, tal vez algún día pueda compartir con los que creen en tales cosas. Regreso al formato en busca de vuestra complicidad, compartiendo con vosotros uno de los poemas del referido libro. Ojalá os agrade. Con mis mejores deseos para el nuevo año,


  Encrucijada

El deseo, qué será,
si no la insoportable inconsistencia de lo ardido.
                                                 José Mármol

  ... y llegamos a la encrucijada
  que se despliega en la vertical del miedo.
  ¿Acaso sujetar lo que tenemos
  andado y visto por caminos ciertos,
  o seguir asediando lo inasible
  con las redes maltrechas del deseo?
(A un lado del hito nos espera
una serpiente de hielo.
Al otro lado serpea
su simétrica de fuego.)
  Cuidado.
  Cualquier error aquí se paga caro.
(Ambos umbrales notician
un adusto laberinto:
ni ardiente princesa al quite,
ni cómplice hilo al suelo.)

  Cuidado, cuidado, pero continuemos…

  Ah, el deseo, qué será,
  si no la duda genitora que en cada encrucijada se solventa:
  mordida-una de la serpiente dual
  en la manzana perfecta.