martes, 15 de enero de 2013

Mentira de mono: pecado original


Un mono mentiroso… El positivismo más radical y activo, ese que subido a la ciencia (sonrío) y por raro que parezca, se afilia cada vez más a la ficción (ahora río) para fijar meta y rumbo, nos está dejando poco a poco sin dones únicamente humanos. No bastó con demostrar que hasta las iguanas se masturban, que las vacas se suicidan. Ahora nos “avergüenzan” demostrando que ni siquiera la mentira es patrimonio exclusivo de la humanidad. 

Acabo de ver un documental que habla de la inteligencia de los monos, expresada en su capacidad de usar herramientas, de manejar un lenguaje y comprender varios, de organizarse en complejas sociedades, de estresarse, acomplejarse, deprimirse, de sostener un severo duelo por la muerte de un congénere… pero ojo, también de mentir, de utilizar la simulación y el engaño como estrategias para vivir en sociedad. Sí, el mono miente. El citado documental nos muestra cómo los individuos menos dotados para ocupar posiciones relevantes en su clan, pueden desarrollar su imaginación hasta el engaño para compensar sus debilidades. Resulta que un mono puede aullar ¡serpiente!, sin que exista noticia alguna de ésta, con tal de que el resto de su grupo escape del lugar y lo deje disfrutar a solas de un manjar que no puede obtener o defender por otros medios. Y claro, ¿qué es la mentira, sino una consecuencia directa de la imaginación? 

Entonces ¿los monos imaginan? ¿Ni siquiera la imagen es propiedad exclusiva del hombre? Pero si los monos imaginan hasta ser capaces de mentir, ¿llegarán a fabular? ¿Es realmente ése el camino que recorrimos hasta la poesía? ¿Nos están explicando los actuales monos cómo evolucionamos de veraces animales a mentirosos hijos de Dios? Porque supongo que estaremos de acuerdo en que para simular la idea de serpiente sin rastro de ésta, hay que tener una capacidad nada despreciable para abstraerse de la realidad, para imaginarla. ¿Así, y por tales razones, comenzamos a mentir en origen? ¿Así llegamos a convertirnos en este portento de imaginación que somos? ¿Será cierto (creíble ya era) aquello que dijo Lezama: “La primera flauta se hizo de una rama robada.”, o aquello otro que dijo Jünger: “La razón desarrolla, la imaginación transforma”? ¿Habrá sido la imaginación la guinda que necesitaba la inteligencia para traernos hasta nosotros? ¿O habrá sido la inteligencia la guinda de la imaginación? ¿Qué pasó desde que aquellos monos africanos que fuimos comenzaron a mentir descaradamente hace millones de años, hasta que Ovidio escribió: “Un pez sorprende en lo alto de un olmo”, y se quedó tan ancho, más aún, nos convenció de que los peces podían coronar los olmos? 

No lo sé en detalles, pero como puedo imaginar tanto o más que los monos, les propongo una respuesta: Los monos empezaron mintiendo, simulando, y terminaron fabulando, creando. Los monos se hicieron poetas “víctimas” de su gran habilidad: la imaginación. Puede que el mono-poeta, una mañana cualquiera, mientras recogía frutos secos en la vieja llanura, haya visto unos peces nadando en la superficie de una charca, donde además, y en el mismo momento, se reflejaba un olmo; pero esta rara y casual concurrencia pudo sorprenderlo sólo una vez, la primera. Sin embargo, el pez que corona el olmo allí en su aérea copa, ese con agallas a prueba de cualquier oxígeno, lo sorprenderá siempre. Esos son el pez y el olmo imprescindibles, los que no se sostienen ni siquiera en fortuitos y sensibles reflejos, los que, ajenos a toda casualidad y causalidad, arriban al símbolo por la puerta de la imagen. Por esa puerta entró el mono a la poesía. Y tanto se adentró en ella, que llegó el momento en que pretendió trascenderla hasta desembarcar en la más cara de todas las mentiras: la verdad. ¿Cómo, si no, se hubiera podido detener al mono mentiroso-aprovechado ladrón? 

En tanto que todos los monos mentían, pero no todos lo hacían oportunamente, es decir en beneficio de la mayoría, los más fuertes, capaces y responsables tuvieron que reconducir la situación. Necesitaron convenir la verdad: la mentira conveniente. Decía Nietzsche: “¿Qué es entonces la verdad? Una hueste en movimiento de metáforas, metonimias, antropomorfismos, en resumidas cuentas, una suma de relaciones humanas que han sido realzadas, extrapoladas y adornadas poética y retóricamente, y que después de un prolongado uso, un pueblo considera firmes, canónicas y vinculantes. Las verdades son ilusiones de las que se ha olvidado que lo son; metáforas que se han vuelto gastadas y sin fuerza sensible, monedas que han perdido su troquelado y no son ahora ya consideradas como monedas, sino como metal.” 

Señores, el mono-poeta llegó a la cúspide de la imaginación: la mentira que conviene, o sea, la verdad, comenzando por aullar ¡serpiente!, sólo por comer en paz, cuando el peligroso ofidio no era más que una temida posibilidad, quién sabe si reducida ya a torpe idea. El mono-poeta creó la sobrenaturaleza imaginando la serpiente desde su hambre. Pero no se quedó ahí, porque cuando la serpiente fue real, entonces imaginó el hambre que ésta provocaría si mordía a los más dotados para encontrar comida. Y el hambre imaginada, esa que pudo pre-sentirse y temerse, terminó divinizando a la odiada serpiente. 

Ya ven, un animal que no estuvo en el escenario de la primera mentira, ahora baja emplumada por las matemáticas gradas de la pirámide de Kukulcán en Chichén Itzá, se aparea para que Tiresias obre sus metamorfosis y adquiera el don de la profecía, medra en el manzano paradisíaco para hacernos a todos pecadores en origen amén los esfuerzos de Pelagio. La ausencia de la serpiente en aquel riachuelo prehumano, debidamente mentida merced a la insipiente imaginación del embustero mono, se hizo al final constante presencia, fábula, símbolo de peligrosa trampa en todos los tiempos y espacios del hombre. Qué maravilla, ¿no?

Aquí les dejo el vídeo que recrea el “verdadero” pecado original. A ver quién viene a salvarnos de éste para alejarnos definitivamente de nosotros.
 



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