viernes, 29 de marzo de 2013

Memorioso calzo





Tenía unos quince años, y muchas ganas de saber lo que no estaba permitido averiguar, cuando escuché hablar por primera vez de “Caballón”. Fue en casa de mi amigo Rolando Varela. Reinaldo, su padre, al detectar mi creciente interés por la buena música cubana, especialmente por aquella que “lindaba” con el jazz, me dijo: “Debías escuchar al padre de Chucho, Caballón Valdés”. ¿Dónde puedo hacerlo? Pregunté yo. “No lo sé, está prohibido, pero debías buscarlo”, me contestó. Por increíble que parezca, me era más fácil entonces escuchar el Long Play completo “Let it be” de los Beatles, (cosa que también hacía semiclandestinamente) que una sola interpretación de Bebo al piano.

No escuché a Bebo hasta que emigré. Pero su repertorio y su forma de tocar fueron desde entonces un utilísimo calzo para La Habana que me traje a Castilla, que me colma todavía, y que, sin la impronta de gente como Fernando Ortiz, Lydia Cabrera, Moreno Fraginals, Lezama Lima, Alicia Alonso, Leo Brouwer, Bola de Nieve, Chucho Valdés y su padre, entre otros, habría enfermado de cojera en mi memoria, cuando no roto definitivamente en ella: leña húmeda para una malograda y transparente misa negra.

La música que más interesaba a Bebo, y que tan bien componía, arreglaba y ejecutaba, es una suerte de mágica sutura en ese maravilloso ensayo de patchwork socio-cultural e histórico, que fue y está dejando de ser La Habana. Porque La Habana, que gracias a su urbanismo, arquitectura, pintura, teatro, danza, poesía y música, se extendía radialmente desde la tina donde más y mejor se bañaba San Cristóbal, hasta cada rincón de cristiano impulso, está hoy retrayéndose en pos de su bonsái, peor aún, de su simplona caricatura. Pero claro, ¿qué puede esperar para sí una ciudad que, sometida a la barbarie, depone el refinamiento ante el ruido de las tribunas?...

Las fabulosas hebras que tejían a Bebo: esa que nació en la contradanza inglesa y emigró a Francia/ Haití/ Cuba, que nos llegó también desde España; aquella otra, que con parecido origen, se acomodó en Nueva Orleáns, Luisiana; ambas acompasadas por esa última que puso música a las oscuras bodegas de la trata negrera, que en ellas empinó la humanidad entre sucios fluidos y graves vuelcos; tales hebras, digo, hoy se destejen para no molestar en el feliz imperio del Reggaeton. 

Su majestad El Culo rampa en La Habana que hoy se alivia de finuras y complejidades. San Cristóbal enferma entre cuajarones de aceite, y los matones cortan cabezas de gallo para rubiales de fácil dólar… Bebo no está. No estuvo en los últimos cincuenta años. Su música, la mía, la tuya, la nuestra, que unió el teatro isabelino con el solar habanero, que sentó a Shakespeare junto a Malanga para que juntos ejecutaran finalmente los más raros caprichos de Hathor, hoy cuenta con uno menos. ¿Habrá en el futuro una Habana posible, más allá de la memoria calzada, para su huella?


  

domingo, 3 de marzo de 2013

Ritornelo heráclida



Hoy leí en un periódico el siguiente titular: “España tendrá 10 años más de crisis”.
(El presidente de un prestigioso instituto económico alemán aconseja a Rajoy que siga el modelo de su país.)

Unos mil cien años antes del nacimiento de Yeshua, los heráclidas (dorios) llegaron a Grecia desde el norte de Europa para hacer valer sus “derechos”. Los heráclidas (descendientes de Hércules) habían sido expulsados por los protogriegos (pelasgos y aqueos) durante cincuenta años a causa de sus numerosas tropelías, y los dorios, oportunamente enterados de que espiraba tal castigo, decidieron usurpar su identidad y presentarse en el Peloponeso, hierro en mano, para “recuperar lo suyo”. En fin, los dorios lo ocuparon todo menos Arcadia, y como eran especialmente racistas, decidieron no mezclarse con los indígenas que, acosados y diezmados, se fueron aislando en las cimas de algunas colinas en lo que fue el germen de la polis, gloria y desgracia del mundo griego, causa principal de que jamás lograra fundar una verdadera nación. 

Los dorios, dueños del hierro, bárbaros y espartanos, sin ningún interés en el mestizaje, se vieron sin embargo superados por los indígenas en dos cosas esenciales: la lengua y la vocación religiosa, ambas frutos y a la vez vehículos de la imagen. Gracias al griego y al panteón olímpico, (pues al final todos, los dorios a la cabeza, se sometieron al mismo Zeus y a su cohorte de dioses celestes) aquellas tribus, muchas veces condenadas al aislamiento en las colinas, tejieron una identidad cultural que desde el siglo IX hasta el VI, siempre antes de Yeshua, constituyó el germen de Occidente. 

Occidente, que fructificó sobre todo en el siglo V, y que también en este siglo fue preparando su declive en la obra de sus grandes pensadores, hasta que finalmente Alejandro se inventara el primer proceso “globalizador” conocido por el hombre y lo convirtiera en otra cosa, ésta… “Todo lo que llega a su apogeo comienza a declinar”, dijo Abd Allâh poco antes de entregar Granada a los almorávides. Los griegos dejaron de creer con fervor en sus dioses y se perdieron. En fin, varios siglos bastaron para que impulsados por la imagen (lengua y religión) aquellas gentes, amén las frecuentes guerras tenidas entre sí y con el oriental enemigo común, se prepararan para dar a Occidente un sentido, una altísima cultura humanista, que aún después del tótum revolútum alejandrino, conserva buena parte de su identidad. 

Pero ¿cómo lo hicieron?¿viviendo exclusivamente para trabajar, para hacer dinero? Gracias a Dios (a los dioses) los griegos, en vías de prepararse para “colonizarnos” a todos por los siglos de los siglos, amén, jamás tuvieron interés alguno en el trabajo, quiero decir, en hacerlo ellos. Para el arquetípico ciudadano griego, trabajar, sobre todo físicamente y con el mero objetivo de hacer dinero, era sencillamente una pérdida de tiempo y un descrédito. Todo lo que no fuera trabajar ejercitando la mente, todo lo que no fuera jugar a ser semidioses, fabular y comunicar, era tenido por vano cuando no por estúpido. Más allá de la poesía, la filosofía, el teatro, la música, la geometría y la retórica, nada interesaba de veras, (oficios aparte) como no fuera la gimnasia y la carrera militar. Incluso artes como la arquitectura, la escultura y la pintura eran tenidas en la mayoría de los casos por actividades de segundo orden. Gracias, digo, a esa vocación de sus élites por la imagen y el pensamiento, a ese desinterés por el trabajo estrictamente productivo, al contrapuesto interés por el mythos y el logos, los griegos, que jamás pudieron constituir una nación para sí mismos, conquistaron la eternidad para Occidente. Hoy todavía todos somos en gran medida "griegos". Los alemanes también, sobre todo ellos.

Tal estado de holgazanería selectiva permitió a los griegos inventarlo todo, quiero decir todo lo que importa, o sea, TODO. Pues ¿qué de lo después (re) pensado en Occidente no lo fue ya en los siglos que separan a Tales de Epicuro, especialmente en esos irrepetibles años que median entre Esquilo y Aristóteles?... ¿Y los dorios que no emigraron? ¿Cómo se encontraron los romanos a sus descendientes y vecinos en las actuales Alemania, Austria, Inglaterra? Pero ¿dónde se creó la democracia que esos países hoy blanden y cacarean como suya? ¿Y gracias a qué? ¿Acaso a que sus creadores vivían sólo para trabajar? Pues no. Pero ¿adónde fueron a beber, aun en plena ilustración, los grandes intelectuales alemanes: Kant, Fichte, Schelling, Hegel, Hörderlin, Schiller y Goethe, entre otros, para consolidar su cultura y su nación? ¿De dónde salieron el idealismo alemán del XIX, el marxismo, el nihilismo; de dónde su neoclásico y su romántico? ¿Quién ha seguido el modelo de quién para llegar hasta aquí?

Señores expertos alemanes, ya llevaba Alonso Quijano unos doscientos años de aventuras cuando el Fausto de Goethe se encontró con el famoso perro. Y qué decir de Jasón, Ulises, Eneas, Dante… El sur no necesita nuevos heráclidas. Hace tres mil años que hacemos pie en la sagrada charca. Ahí, donde ustedes bebieron en aquel supuesto “retorno” usurpando la identidad a la descendencia de Heracles para destronar a los Atridas, donde bebieron después todos esos germánicos e ilustrados prohombres que ahora veneran, donde se bañó Nietzsche, tan lúcidamente loco, donde encontró Benn su elitista lira… 

Señores, ya vimos caer a Eretria, ya se perdió Constantinopla, ¿con qué prolongada crisis nos amenazan ahora? Toda ciencia trascendiendo, el sur escribió el poema que torpemente sobreafinados ustedes declaman. En su gran charco, el sur vio nacer y crecer a la historia, más aún, la acunó, la amamantó... Ahora sonríe al verlos planificar con minuciosa solemnidad su muerte, sus exequias. Son como niños, pero no por fabuladores, sino por inmaduros. Ya sabemos que nuestros gobernantes no leen, que andan detrás de su hierro para escamarse a sí mismos. Qué pena. Pero poco nos importan sus carencias e imposturas cuando hablamos de cosas verdaderamente serias. Agiten su férreo ábaco ante semejantes acólitos, pero no esperen que nos asustemos con tan poca cosa. Miren, el sur sólo caerá de un falso pedestal que le es ajeno. 

Estén ustedes tranquilos, el sur conservará el cardinal ónfalo, ese que no cabe en sus museos… Pero si un día lo vieran cayendo realmente de sí mismo, entonces, señores, preocúpense los primeros, porque no bastará con volver a usurpar la identidad semidivina para empezar de nuevo. ¡Sí, niños que siempre aprendisteis en nuestras escuelas, jugad con vuestra maquinita monetaria todo lo que queráis, amenazad, meted miedo, pero si el padre Meridión peligra ante Bóreas, si cae ––digo, es un decir–– dejad el juego, corred, salid, niños del norte, por la cuenta que os trae, id a buscarlo!...