martes, 21 de enero de 2014

Por Sow, que tristemente se va, para mis hijos, que tristemente lo pierden





Este espacio dedicado a la cultura, en especial a lo más sublimado en ella: las artes y el pensamiento, hoy gira buscando el núcleo de todo cuanto importa: el hombre mismo, que, ya sea pastor u oveja en el Ser, es su principal receptor, su incubadora. Debo hacer el urgente paréntesis, porque en ciertas ocasiones, (y ésta es una de ellas) aun cuando estemos en vías de acorralar ventajosamente a la Imagen preñada de verdad poética, la vulgar realidad se empeña en escupirnos el sinsentido a la cara. ¿A qué levantar pirámides, sin rey que las sueñe, las viva, las muera… las colme de necesidad?  

Bien, teniendo a la mano tanta causa universal posible, tanto ardor uniformado, tanta pasión amontonada en el “almario” del convulso presente histórico, hoy me detengo en alguien concreto, que conozco, que conocen mis hijos, mis vecinos, para conducir la rabia adonde mejor pueda, por el bien de todos, levantar su nombre. Hoy debo hablarles de Sow, para también hacerlo de nosotros. Apercibido como estoy de que “toda multitud es enajenada”, en la soledad de mi despacho me pregunto: ¿por qué rayos nos obligamos a normas tan estúpidas, si tan estúpidos somos, que no sabemos vadearlas, domarlas, ponerlas a nuestro real servicio? Me lo pregunto solo, pero inmediatamente me obligo a levantar la voz, lo bastante como para que la pregunta percuta en otras seseras, otras almas; por Sow, y por nosotros. Porque el confinamiento y la expulsión de un chico como éste nos mide, pesa, fotografía… nos mengua a todos.

Sí, ayer supe que Sow fue detenido el sábado, y confinado en un Centro de Internamiento para Extranjeros en Madrid. Sow es un joven negro, senegalés, que lleva más de dos años viviendo en mi pueblo, Valoria la Buena. Cuando llegó, lo hizo apadrinado por un cura y con posibilidad de vivir y trabajar en la localidad. Aquí trabajó desde el primer día, jugó al fútbol, se relacionó con los valorianos derrochando una alegría y una bondad que todos le reconocen y agradecen. Ese “todos” excluye, claro está, a quien lo haya denunciado si tal ha sido el caso, pero sigue siendo un “todos” válido, porque no hay grupo humano sin un Judas que lo niegue y justifique a la vez.              

Sow es un joven alegre y servicial. No sé cuánto trabajo le haya costado llegar hasta aquí, pero no le costó mucho integrarse en nuestra vida como uno más. ¿Por qué una persona útil, bondadosa, querida, totalmente arraigada, ni siquiera contando con los avales necesarios, puede hacerlos valer para evitar una norma lerda, incapaz de distinguir el grano de la paja en una cosecha tan sensible como la humana? Porque resulta fácil y cómodo. Ya está. ¿Qué necesidad tenemos de liarnos incoando expedientes para casos especiales? Para que una siesta sea plena, no debe tener sobresaltos. Ni siquiera la noticia de un premio en la lotería debe interrumpirla. Así vamos: cabra coja y aficionada a la siesta… Recuerden el refrán: “cabra coja no quiere siesta, y si la tiene, caro le cuesta”.

¿Puede España asimilar la llegada de media África negra, por mucho que resulte su deseo de venir perfectamente comprensible? No. ¿Debe España asimilar a los individuos que, vengan de donde vengan, demuestren su especial valía, su capacidad de integración y su determinación en este sentido? Por supuesto que sí. Una ley que impida discernir en estos casos, no nos sirve, nos perjudica. El daño que hacemos a Sow palidece ante el que nos hacemos a nosotros mismos prescindiendo de personas como él. Ninguna sociedad sana, equilibrada, debe permitirse este dudoso lujo. La España que vomite a gente como Sow, será cada vez más vulnerable a la mediocridad, la intolerancia, la corrupción, el compadreo y la ceguera racial… Mientras más leyes de este tipo nos impongamos, más débiles seremos y atados estaremos frente a quienes pescan en río revuelto… Necesitamos leyes migratorias, claro está, pero que nos beneficien, así como gobernantes y jueces que las apliquen en nuestro beneficio.

El pasado 18 de enero, los jóvenes de Valoria que conocieron a Sow, que jugaron y charlaron con él, que lo vieron sonreír ancha y llanamente sin motivos al uso, fueron timados. Lo fueron, sí, aunque no lo sepan todavía. ¿Por quiénes? Pues por los vendedores de miedo; en realidad cobardes que se espantan ante el poder redentor de una risa planetaria, sin riendas otras que el amor y la bondad. Fueron timados por ellos, y más que lo serán si no señalamos y contestamos sus actos, dando claramente sus señas: legisladores que nos creen tan tontos, como para no saber discernir entre pincelada y brochazo; jueces, que interpretando las leyes cómoda y tibiamente, nos invitan a la modorra cívica; gobernantes, que con nuestros votos compran, plantan y cuidan el bonsái que nos reduce, nos aguanta y enfría, para mantenernos tiernos y repeinados en sus jardines… ah, y los chivatos, que al fin y al cabo son parte importante del público necesario. Porque, parafraseando a Holan, me pregunto: ¿todos estos “prohombres” serían tan imbéciles, si no tuvieran testigos?

Sow, tal vez no puedas leerme. Lo siento, pero sospecharlo no me puede, no me calla. Debes comprender, vecino. Desde una impotencia que enerva, escribo sobre ti, que tristemente te vas, para mis hijos, que tristemente te pierden.

 

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