lunes, 29 de junio de 2015

El hombre nuevo, la rana toro y el pez gato




 Esquina que conforman las calles 490-A y 5ª. Guanabo. La Habana. Cuba



Mi primo Juan Manuel acaba de regresar de unas vacaciones en Cuba. Estuvo en Guanabo, apéndice playero de La Habana; localidad que cuenta con quince mil habitantes, y está situada a unos treinta kilómetros del centro capitalino; al norte, asomada al Estrecho de la Florida. Allí todavía vive parte de su familia. Allí viví con la mía los últimos diez años que estuve en mi isla.

Juanma, como todos los que visitan Cuba, viene cargado de noticias sobre el hombre nuevo y sus peripecias caribeñas. Como ya comenté en otras ocasiones, el hombre nuevo desembarcó en esa región paradisíaca a través de Haití, a finales del siglo XVIII, como producto estrella de su revolución, réplica sui géneris de la francesa. Había sido brutalmente apresado en África por sus convecinos, para ser vendido después a los esclavistas europeos que lo llevarían a América. En este continente se vio abocado a un medio extraño en todas sus facetas, pero no pudo resultar nuevo-nuevo, hasta que, integrado en una clase social de inspiración jacobina, alentado por el mago François Mackandal, y dirigido entre otros por Toussaint-Louverture, cortó la cabeza a todo blanco que se encontró en su camino, y fundó la primera república libre de la América no anglófona: Haití.

Sí, el haitiano fue sin dudas el primer hombre nuevo en la tierra de lo real maravilloso. Aunque mantuvo el grueso de sus tradiciones culturales, en puridad ya no era africano, y mucho menos resultaba europeo. Era nuevo y americano. Claro, su excepcional condición no fue pensada ni diseñada en el viejo mundo. Sobrevino por la brusca segregación sociocultural y geográfica que le impuso el esclavismo, y por las lógicas ansias de libertad que ello le produjo. Este hombre pasó de la prehistoria a la historia en unas décadas. Y no porque quisiera, sino porque se encontró, sin beberla ni comerla, en el eje espaciotemporal donde la historia tomaba carrerilla para el acelerón de los últimos siglos.

El cubano castrista es el segundo hombre nuevo de América. Pero éste sí que nació concienzudamente marcado por el hierro metropolitano (euroasiático). Se pensó en Londres. Se creó en Moscú. Se aderezó en Pekín. Pasados ciento cincuenta años del casual novum haitiano, en los “cultísimos” círculos terratenientes de Birán, (Mayarí, Holguín) y estudiantiles de Santiago de Cuba, se cocía su razonada prolongación caribeña. El habanero, que había heredado toda la cultura mediterránea, y había logrado levantar una suerte de ciudad-estado en la bocana del Golfo de México, (aquella maravillosa réplica egea que a principios del XIX dejó boquiabierto a Humbolt) tuvo que asumir su rol histórico: capitanear la continuidad de la obra del haitiano, y de una vez por todas regalarle al mundo civilizado el primer hombre nuevo periférico completamente resuelto.

Hice esta pequeña introducción para contextualizar la anécdota que les contaré ahora: una entre las tantas que nos trajo Juanma de aquel emporio de chispa y originalidad. Podrán comprobar una vez más cómo el hombre nuevo enfrenta las dificultades, cómo se crece ante ellas.

Resulta que las calles de Guanabo, que fueron magníficas mientras el hombre viejo dio importancia a tales bobadas, se han convertido en extensas y permanentes balsas de agua retenida, porque, al parecer, el hombre nuevo caribeño no necesita calzadas para hacer rodar sus ideas, tampoco sus cuerpos o mercancías. (Sus ideas, sencillamente planean, y las demás menudencias, reposan). Sin embargo, estas pistas de agua putrefacta hasta ahora no se estaban aprovechando como es debido, o eso pensaban las autoridades locales,  porque ni siquiera los perros beben en ellas, que son la playa de los mosquitos y el spa de las ranas toro. También son el aliviadero de las aguas sucias de uso doméstico, porque la mayoría de los vecinos de Guanabo no cuenta con red de alcantarillado para tales menesteres. Sus casas tienen viejas fosas sépticas colmatadas que rebosan sin parar, y por gravedad colonizan las cotas más bajas del predio, o sea, las antiguas calles.

El hedor no tanto, (la membrana pituitaria del hombre nuevo no es nada quisquillosa) pero los mosquitos y jejenes, que son unos cabrones, molestan bastante, especialmente a los escasos turistas que se hospedan en diez kilómetros a la redonda, lo que obliga a realizar costosas campañas de fumigación. Por otra parte, las ranas toro croan, tan alto, que estorban a los vigilantes de los Comités de Defensa de la Revolución (CDR) cuando, de ronda para salvaguardar los logros, deberes y derechos del hombre nuevo, necesitan escuchar con claridad lo que se habla en sus casas.

Los mosquitos perduran a pesar de la fumigación veraniega, (sólo se lleva a cabo en zonas y temporadas turísticas) pero las ranas toro han ido despareciendo por la razón dicha: su exagerada vocalización. Los vigilantes de los CDR se las fueron comiendo poco a poco y ya rozan la extinción.

Hace unos meses, el gobierno central del país creyó haberse equivocado al permitir la desmedida captura urbana del gran anfibio isleño, (cada vez hay más mosquitos y menos insecticida para combatirlos; también han proliferado los roedores) y se propuso repoblar las otrora calles de Guanabo con nuevas ranas toro. Pues bien, los funcionarios del Ministerio de la Industria Pesquera se dirigieron al lugar donde esta especie debió estar siempre: los ríos y sus inmediaciones, para capturar individuos sanos en edad reproductiva, y llevarlos a las pozas callejeras por mucho que croaran… Ah, pero no los encontraron. ¿Por qué?

Años atrás, la élite holguinera que manda en el país hace más de medio siglo, decidió que a sus paisanos les vendría bien comer algo más de pescado. Adquirió en Tailandia unas cuantas parejas de pez gato (clarias) y las soltó en los ríos de media isla. El clarias es un pez que el cubano odia, entre otras cosas, por feo, y porque ni siquiera el hombre nuevo (todavía supersticioso, por raro que parezca) puede fiarse de un pez que respira fuera del agua. ¡Solavaya! Por añadidura, este engendro acuático es enorme y voraz. Dondequiera que habita se zampa a todo otro bicho viviente. En los ríos cercanos a Guanabo no queda una rana toro. Sólo hay clarias.

Al comprobarlo, el gobierno pensó que cada guanabero bien podría criar clarias en la bañera de su propia casa para que los ríos volvieran a llenarse de ranas toro. Pero allí casi nadie cuenta ya con bañera en el cuarto de baño, y los pocos que la conservan suelen ocuparla con cerdos y otros animales menos sospechosos y repudiados que los peces gato. Entonces el gobierno decidió repoblar de ranas las pozas callejeras por otras vías. Aunque parezca increíble, la solución pasará de nuevo por África y Haití.

La rana toro, esquilmada por el clarias en los ríos locales, pudiera traerse de otros países cercanos a un precio razonable. Pero los vigilantes de los CDR, que espían a placer y sin interferencias sonoras desde que ésta desapareció de las pozas de su barrio, prefieren una especie de rana que no vocalice… Si la solución debe importarse, ¿por qué no pretender que sea perfecta?   

En fin, y para resumir, el gobierno importará de las calles de Puerto Príncipe, Haití, una especie también enorme llamada rana goliat. Según se cuenta en los mentideros de Guanabo, la tal rana llegó a Haití desde Guinea Ecuatorial no se sabe cómo ni cuándo. Al parecer, habita los charcos urbanos en la capital del país vecino a salvo de los hambrientos porque debe ser muy socorrida para los ritos vudú, lo que, dicho sea de paso, le otorga a la especie un valor añadido para el hombre nuevo de Cuba (no del todo ateo, créanme) en el terreno religioso. Se trata de una rana muda, que puede comer hasta un kilogramo de mosquitos o jejenes diario. Eso, en caso de que no entretenga el hambre con alguna rata. Sí, la rana goliat puede comer hasta ratas. Queda por ver cuál de estas especies termina dominando las pozas callejeras de mi antiguo barrio.

Pero no duden que el hombre nuevo cubano, sea cual sea el resultado de esta ingeniosa idea de su vanguardia, sabrá sacarle provecho aunque sea a largo plazo. Las calles (pozas) de Guanabo están vivas. Eso es lo importante. ¿Por qué añadir alquitrán a un mejunje biótico tan prometedor? Si hablamos de heces, ¿por qué consagrar las minerales en los caminos del hombre? Además, ¿quién puede estar interesado en andar por esas viejas calles como lo hacían por las suyas los cónsules romanos? El día que Dios decida volver a pasar por Guanabo, preocupado, claro está, por los mosquitos, las ranas y las ratas, mire usted, que se olvide de sus sandalias áureas, que se remangue la túnica y se calce botas de agua.


                                               Peces gato capturados en ríos de La Habana



No hay comentarios:

Publicar un comentario