lunes, 26 de octubre de 2015

La Cueva de Matusalén


Fotografía de Gabriel Dávalos




I



Se pasa las tardes navegando el canal sur de La Gran Isla, entre Les Ponts Couverts y el Parlamento Europeo. Pilota una barcaza que pasea guiris en Estrasburgo. Hagen (H.joven) pretendió ser un trotamundos, pero la acción combinada de un tiburón y una mulata lo redujo a simple paisano; lo sembró en el apartamento que heredó de H.viejo (tío y tocayo), situado en la segunda planta de una de esas casas-postalita de La Petit France, muy cerca del embarcadero.

Abandonó su ciudad natal sin haber cumplido los veinte años. ―Me voy a California para vivir la vida, le espetó, con el billete de avión en la mano, a su tío; que también era su mentor, pues los padres de H.joven murieron en un accidente de coche, dejándolo huérfano desde muy pequeño. Antes de regresar al Centro del Mundo, (según H.viejo, Estrasburgo) vivió en Los Ángeles y Tenerife.



II


Malena tenía la entrepierna más poderosa de Cayo Hueso. La Cueva de Matusalén, le llamaban a su abismada verija; y en ocasiones, por extensión, a ella misma. El apodo judeo-erótico lo concibió Perucho, (entonces estudiante de medicina, único universitario entre sus vecinos) porque, según decía, mientras la Reina estuviera en activo, el barrio estaría a salvo del Diluvio Universal. Perucho, que la adoraba, y durante algunos ratos gloriosos había estado a su servicio en la cama, también la puso a reinar sobre su altar yoruba. En la pared que funcionaba como fondo de la instalación religiosa, colgó un dibujo a todo color en el que Malena, cual Coloso de Rodas mestizo y femíneo, dintelaba la entrada de la bahía con un pie sobre El Morro y otro sobre La Punta, (el vestido, corto y rojo) como si discriminara con el bajo vientre brisas y huracanes; como si los filtrara para abrir o cerrar la ciudad según el caso. Debajo, la solemne inscripción: Santa Malena de La Habana.

Malena es una mulata achinada, (padres de origen cantonés y locumí) una suerte de ángel curtido con un pasado de tintes homéricos (no por épico, sino por complejo y accidentado) que la coloca ante sus muchos admiradores como una suerte de semidiosa. Cuando salió de Centro Habana, y antes de llegar a Estrasburgo, pasó por Río de Janeiro y Tenerife. 




III


Dicen que para atentar contra Lula durante una de sus visitas a La Habana, Roberto, miembro de la banda de Gaucho, (Commando Vermelho) recién llegado de Brasil se instaló en Cayo Hueso, muy cerca del edificio donde vivía Malena. Decidido a “limpiar el camino” para su misión, buscó apoyo sobrehumano. Supo que Perucho prestaba servicios espirituales muy efectivos. Roberto vivía en Río, pero nació en Bahía; sabía muy bien qué hacer en la antesala de un evento peligroso.

En casa de Perucho, mientras gestionaba su buena suerte, el brasileño vio la imagen de Malena con las piernas abiertas sobre la bocana del puerto. Dos días después, (Lula sin un rasguño, ya de regreso a Brasil) la Cueva de Matusalén obraba un nuevo milagro: destilaba su neta oscuridad en el rostro de Roberto, que no había salido de su habitación desde que encaró la terrible embocadura. Y tres meses más tarde, Santa Malena de La Habana, con su bikini más radical, conseguía los primeros devotos en las playas de Río.


IV


H.joven llegó a Tenerife procedente de Los Ángeles. Allí había sido atacado por un tiburón mientras practicaba surf en Heavens Beach. El predador le produjo una importante brecha en el brazo y el hombro izquierdos; también le alcanzó la mandíbula por el mismo flanco. (Al parecer, los tiburones de California están atacando el cuello de sus víctimas como si fueran perros de presa). Pero sobrevivió y curó sus heridas, aunque su rostro quedó muy dañado.

Una pareja de cubanos residente en Los Ángeles, que lo quería mucho, (lo protegió desde que llegó a la capital del cine y los tiburones) le había recomendado viajar a la isla hispanoafricana para ser atendido por un eminente doctor, al que consideraban el mejor del mundo, tanto en operaciones de estética facial, como en implantes bucales. Podían conseguirle un trato y un precio muy buenos porque eran familiares del referido “mago”. Lo hicieron.



V


Se encontraron en la sala de espera. H.joven se había operado tres veces. Estaba recuperando una apariencia normal. Trabajaba amarrando y limpiando pequeñas embarcaciones en Las Galletas, puerto deportivo del sur de la isla. Malena dejó dos años de vida y buena parte de su tersura en una cárcel de Río… Cuando mataron a Roberto en el patio del pabellón contiguo, (el de los hombres) quien sabe si por haber fallado en su misión habanera, la Reina se dejó querer por H.viejo, quien, con relativa frecuencia, visitaba a una reclusa francesa que cumplía diez años de condena por tráfico de drogas. Durante aquellas visitas, H.viejo se enamoró locamente del portento afrochino; entre rejas, por idéntica causa.

Malena no pudo llevarse a su hijo (quedó con la madre de Roberto) por impedimentos legales. De camino a Estrasburgo con H.viejo, quien la sacó de prisión no se sabe cómo, pasó por Tenerife atraída por los comentarios favorables que, sobre el doctor que lo trataba, le había hecho H.joven a su tío. Malena estaba decidida a recuperar, incluso bisturí mediante, su legendaria lozanía.

Dos días después de aquel encuentro en la consulta del doctor Martín, La Cueva de Matusalén repartía su sabrosa oscuridad entre tío y sobrino. Los hombres triangulaban pasando por Malena. Tendrían que aprender compartirla. 


VI


Habían pasado diez años de promiscuidad consentida. Ninguno de los amantes era capaz de centrar a su favor la órbita de la Reina. Ya no discutían. Ella se conformaba con los dos, aunque dejaba una estela de baba europea a cada paso que daba por la ciudad. Habría podido comprar el Bajo Rin con medio meneo si hubiera estado a la venta, pero se sentía cómoda con su atípica familia. H.viejo era un lobbista de la Transatlantic Trade and Investment Partnership. Trabajaba sólo por la mañana. Cuatro horas diarias le bastaban para convencer a los parlamentarios de la Unión de que debían legislar contra las personas que representaban. Era un chanchullero de cuello blanco devenido en millonario. H.joven, que siempre se sintió atraído por la navegación, conducía su barcaza por la tarde. De esa manera los dos hombres se alternaban la compañía diurna de Malena. Nadie sabe cómo lo hacían por la noche, ni los fines de semana. Los tres compartían el confortable apartamento de H.viejo.

Roberto Junior, el hijo de Malena, había crecido en Río al cuidado de su abuela. La Reina siempre lo mantuvo como a un príncipe. Le pagó los mejores colegios. Le compró casa lejos del barrio de su padre. Lo visitaba dos veces al año, pero no quería adosarlo a su extraña ecuación familiar. El crío había estado un par de veces en el Centro del Mundo, pero de visita. Durante su niñez lo aceptó sin problemas. Cuando se hizo adolescente, sin embargo, comenzó a exigir a su madre mayor compromiso. Junior quería mudarse a Estrasburgo. Hablaba francés y alemán. Seguía el fútbol europeo tanto o más que el brasileño. Incluso tonteaba por Internet con chicas francesas y alemanas… Malena necesitaba (o eso creía) una familia más convencional donde poder insertar a su hijo. Tal vez en algún momento lo haya comentado a sus amantes, que habrían visto peligrar en tal caso su delicado statu quo.



VII


En el funeral de H.viejo se hubiera podido cortar la tensión con una navaja. Su exmujer (antigua compañera de celda de Malena, y recién salida de la cárcel) nunca soportó a la viuda. La odió desde que su entonces marido la sacara de prisión antes que a ella para llevarla al Centro del Mundo, donde terminaría suplantándola en todos los órdenes. No disimulaba su resentimiento. Estaba allí, quizás, para hacerlo visible, para incomodar a la Reina. Además, alguien filtró que la autopsia hecha al cadáver había arrojado claros indicios de que la muerte de H.viejo (por fallo coronario) pudo estar relacionada con un desmedido y combinado consumo de viagra y cocaína. Hasta en los pasillos de la sede parlamentaría europea, donde el lobbista era muy conocido, se hacían chascarrillos sobre el asunto. Malena era sospechosa, cuando menos, de ser una amante irresponsable por demasiado exigente. Su fama crecía en los mentideros de la ciudad. H.joven era mirado con lástima. Nadie sospechó de él. El pobre, tendría que colmar solo La Cueva de Matusalén, o aceptar que pernoctaran en ella los más ágiles reptiles.

Junior no asistió al funeral. Cuando murió H.viejo estaba de paseo en Frankfurt con Perucho, quien, ya graduado de médico, vivía en la ciudad alemana, muy cerca de Estrasburgo.   



VIII


Mientras H.joven pilotaba su barcaza repleta de guiris, Perucho, que se las arregló para trabajar únicamente por las mañanas en una clínica privada de La Petit France, y que mantenía a Junior entretenido en actividades extraescolares de lunes a viernes, pasaba las tardes junto a Malena. La muerte de H.viejo no introdujo al joven en una familia “normal”, que, por otra parte, parecía incompatible con los hábitos de la Reina. Tampoco se sabe qué tipo de ajuste tenía el nuevo escenario familiar por las noches y los fines de semana, de puertas adentro. Sin complejos hacia fuera, los cuatro paseaban juntos siempre que podían.

Sí, H.joven se negó en redondo a que su amor se mudara con Perucho y Junior, cuando el cubano anunció que se trasladaba a Estrasburgo para ser el “médico de cabecera” de Malena. H.joven ofreció su casa al nuevo “invitado” con tal de no arriesgar su felicidad. La Reina estuvo de acuerdo. Perucho, contento. Poco a poco se fue acomodando. Y como además de médico, era un dibujante aceptable, también un devoto de la Regla de Ocha; para colgarlo en la pared que ofrecía fondo a su altar europeo, reprodujo aquella lámina a todo color de Malena cual Coloso de Rodas. Pero en la nueva versión, la Cueva de Matusalén proyectaba sombra sobre Les Ponts Couverts. Debajo, la solemne inscripción: Santa Malena de Alsacia. H.joven no se opuso. Le resultaba gracioso… esto, y cualquier otra cosa que hiciera justicia a la potente entrepierna de su amante.



IX


Unos meses después de la muerte de Perucho, Malena comenzó a viajar con regularidad a Tenerife…



X


El mensaje de correo electrónico que por error envió H.joven a Junior, escrito para el doctor Martín, comenzaba diciendo: ―Querido amigo, ¿por qué no abres clínica en el Centro del Mundo? No te imaginas cuánto retoque precisan aquí los tiburones que navegan (no el Ill, no el Rin) las ociosas tripas que indigestan a Europa. Tampoco te imaginas cuánto dinero tienen para pagarte. Si vienes, no tendrás que comprar o alquilar casa.  Podrás vivir con nosotros en La Petit France… Estarás más cerca de Malena...

Junior preguntó a su padrastro quién era el tal Martín.  ―Alguien que me arregló la cara, hijo, que indirectamente puso a tu madre en mi vida, contestó el hombre, mientras notaba en el joven cierto desasosiego ante la perspectiva de un nuevo miembro familiar. ―Pero no te preocupes, añadió enseguida, una maniobra oportuna en la exclusa correcta, por ruidosa que sea, garantiza la seguridad náutica en el canal. El joven no entendió del todo aquella frase, pero entonces ya confiaba en un hombre, que sin tener ningún atributo especial, y siendo un simple piloto de botes, parecía merecer a su madre… a su manera, la retenía.



XI


Esperando la respuesta del doctor, paciente pero seguro de que aceptará su invitación; mientras Santa Malena de Alsacia va y viene (a y de) Tenerife, H.joven se pasa las tardes navegando el canal sur de La Gran Isla, entre Les Ponts Couverts y el Parlamento Europeo. Jamás tiene prisa. Quiso ser un trotamundos, pero hace mucho tiempo que para él todos los ríos y canales del planeta desembocan en la Cueva de Matusalén. Mantenerla al alcance y lo más despejada posible, cueste lo que cueste, (las experiencias abismales siempre tienen alto precio) es lo único que, hondamente, aprecia. Así de complejo. Así de simple.



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