Avistándome



 
PRESENTACIÓN

Cada poema de este libro es como una masa de palabras, que envolviendo un recuerdo, a veces inducido, flota allí, sin rumbo fijo, en el amplio mar de la memoria vaga. Estas "poesislas" pueblan el Peloponeso interior que se extiende inabarcable por la geografía que nuestra existencia va conformando día a día. En ese mar, que crece y se agita con la vida, los recuerdos corren el riesgo de su calma...y de su muerte.

Así pues, Jorge ha decidido construirse un viaje de retorno en el mar de su memoria. Llegar a muchas Ítacas es su destino, y tal vez el secreto placer de animar su mar interior, pretende sobrevivir a los posibles ataques de la calma chicha. No trata su nave de sortear obstáculos dispersos en el curso de su ruta, ni quiere como Odiseo, poner oídos sordos a lamentos y tentaciones de la vida. Al contrario, su viaje es resultado de desembarcos sucesivos a las "poesislas" que ha construido amasando palabras con arcanos recuerdos y recientes nostalgias...

                                                                                                                   Heriberto Duverger Salfrán.


SELECCIÓN DE POEMAS:


Como aquellas ballenas...

                                        ...frente al testuz terrible de las olas heladas,
                                            los témpanos, las hélices, los arpones...

                                                                                 José Hierro
                                                         
Como aquellas ballenas
que vio morir el poeta en las arenas de Long Island,
absortas, muerte adentro, en el incierto futuro de sus crías,
debió morir mi padre.
No lo llevamos a las afueras de su isla
para desorientarlo. No. Aún le seguíamos confiados,
buscando protección, creyendo protegerlo. Pero
en la meseta donde varó, donde nos dejó plantados,
tuvo tiempo suficiente para ver que
el sitio que hacía para nosotros
estaba plagado de sorpresas y peligros.
La muerte debió parecerle una renuncia,
un cobarde abandono de sus crías
frente al testuz terrible
de las horas.




Brindemos.

El viaje no acaba
donde reposa el viajero.
Brindemos.

Mi abuelo asturiano se bebió La Habana
detrás de un mostrador atrincherado.

Mi abuelo canario se bebió la ciénaga
asido a la montura de un caballo.

Yo me bebo a mis abuelos diariamente
enrolado en la aventura que iniciaron.

Trajinando los caminos que supieron,
doblegando al dolor que no mostraron,

aunque lejos
de La Habana, de la ciénaga;
en un cáliz de orgullo
tinto en sangre,

me los bebo.






Barrio.

Calle, niños, carriola, calle.
Calle plena, plana, pobre.
Pelota, bolas, ruido y desmadre.
Sonrisas, juegos, lluvia en el aire.
Calle mojada, sol y más calle.
Pandilla, trato, esquina, escape.
Niños y niñas con ojos grandes
y sin camisa, sudores, calle.
Gritos, peleas, revueltas tardes.
Ancianos tiernos, cuentos de calle.

Casas, portales, jardines, casas.
Casas abiertas por todas partes,
rejas de azúcar que todos abren.
Casas abiertas llenas de madres
con hijos flacos y gordos padres
que fuman puros y hacen alardes.
Casas, abuelos, charlas y bailes,
bailando todos, música, calle.
Casas con calle, calle con casas,
calle y casas que siempre bailan.

Vecinos negros de pecho grande.
Galletas dulces que se comparten
y se reparten por todas partes.
Lindas vecinas de franco talle.
Niños que miran y que vigilan
sus faldas cortas y sus andares.
Niñas de nácar y chocolate
que se descalzan y se despeinan
y se deshacen. Y se rehacen
cuando aparecen sus graves padres.

Calle, vecino, glorieta y parque.
Barrio que late de tarde en tarde.
Máquinas viejas hechas con arte,
hechas –rehechas- de pura calle,
vuelta de tuerca sobre el descarte.
Racionamiento, sordo debate,
tiempos a lomo del disparate.
Casas raídas de no pintarse,
sin sus colores, con sus baluartes.
Cocinas tristes que se comparten.

Niños que saltan, cantan y bailan
con sus tambores hechos de lata.
Niños que cazan maripositas,
lagartos verdes, fieras arañas.
Niños que llevan el uniforme
aunque no suelen pisar las aulas.
Niños alegres que tiran piedras,
corren y vagan sin asustarse.
Niños y niñas por todas partes,
almas de barrio, hechos de calle.

Locos, borrachos, necios y sabios.
Todos habitan el mismo barrio.
Santos, truhanes, iluminados,
chivatos, putas, perros y gatos.
Madres solteras, recias abuelas,
maricas puestas de “punto en blanco”,
ancianos hechos al celibato.
Todos habitan el mismo barrio.
Todos padecen los apagones,
las largas colas, los arrebatos.

Todos se cuelgan de sucias guaguas
y se dirigen a sus trabajos.
Trabajan poco para el gobierno,
trabajan mucho cuando hay trabajo.
Cuando les pagan trabajan mucho,
si no les pagan ¡vaya al carajo!
Todos se ríen con desparpajo
cuando recuerdan los tiempos malos,
cuando les hablan de futuribles
y cielos amplios y sueños vagos.

Barrio, qué lejos te me has quedado.
Yo fui tu niño, fui tu soldado.
Yo lo vi todo, no lo he olvidado.
De la energía que tú expedías
mi pecho abierto llevo cargado.
Hoy tiro piedras a la distancia
y rompo vidrios en la añoranza.
Barrio de ángeles y colgados
llevo tus marcas en la mirada.
Ebrio de calle y de pasado
hablo el idioma que me has legado.




Para seguir vivo.

Amigos
que ahora leen mis poemas y
reviven los despidos;

que esbozaron mis poemas
con trazos inconfundibles
cuando no eran necesarios
frente a ningún desafío;

que de mis poemas saben
el tempo, la melodía,
la agridulce partitura
rota en caminos radiales,
con el eje remendado
silbo a silbo,
nota a nota...

Amigos
pónganse a tiro.
Llevo el tira-piedras
cargado de nunca-olvido.
Debo impactar en el blanco
para seguir
vivo.





A la rueda rueda de pan y canela

A la rueda rueda de pan y canela...

vamos quienes fuimos un día, rodando,
carne de isla dulce entre mares agrios.
Vamos rehaciendo caminos sagrados
mil veces rehechos, mil veces negados.
Vamos reviviendo con la risa alerta,
la memoria pronta y el olvido justo;
la historia que un día otros nos contaron
sin habernos dicho que entre mares agrios,
las islas son islas y los palos, palos.

A la rueda rueda de pan y canela...




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